Dos estilos diferentes se mostraron en el registro de precandidatos del PRI a la presidencia municipal.
El estilo de Abel Murrieta Gutiérrez, abierto, "atrabancado" dicen unos, desafiante contra quien trate de manipular el proceso de elección interna.
Y el estilo de Emeterio Ochoa, terso, muy formal, ins-ti-tu-cio-nal dicen otros, y conciliador.
Murrieta llegó primero, como estaba programado, y fue recibido en la explanada del edificio priista, calle Sinaloa, por sus entusiastas seguidores que no paraban de echarle porras.
Poco antes de él llegó Ricardo Bours, su jefe político, y otros compañeros de afanes políticos. Ante ellos y la nube de periodistas que lo rodeaban, Murrieta aseguró que va a ganar la candidatura y después de la elección del 1 de julio.
Él y Ricardo fueron muy serios al advertir que no aceptarán una derrota manipulada y en caso de darse ésta podrían buscar otra opción, pero no se quedarán con los brazos cruzados.
Emeterio Ochoa llegó a la sede priista acompañado de su esposa y de un nutrido grupo de personas entre las que destacaban el dirigente estatal de la CTM, Javier Villarreal, otros dirigentes de esta organización, regidores, funcionarios municipales con el debido permiso para ausentarse de sus labores, además de los diputados locales Rafael Buelna, Kiki Díaz Brown y Omar Guillén, así como priistas de colonias populares.
El contigente de Ochoa era amenizado por dos jovencitos en zancos y una banda tambora. Muy convencional.
El candidato "rebelde" y el oficial, dos posturas diferentes dentro de una misma cultura política, la priista, que se expresó en dos discursos triunfalistas, los consabidos abrazos, elogios desmesurados, un presidente de procesos electorales internos, Adrián Manjarrez, quien se sobreactuó en su formalidad, y admiradores de ambos precandidatos que a partir de mañana deberán ir a la "escuelita" del PRI a estudiar lo que de seguro ya saben.
Esto apenas empieza y ya nadie cree que el proceso interno será neutral y transparente.