El jueves santo los cristianos alrededor del mundo conmemoran el inicio del vía crucis, martirio por el que, de acuerdo con los evangelios, atravesó Jesús de Nazareth, cargando una pesada cruz y arrastrándola hasta la cima del Gólgota para ser crucificado a causa de haberse atrevido a llamarse “Mesías”, esto es, “salvador” del pueblo hebreo. Y aunque en ninguna parte de los evangelios encontramos que Jesús se haya erigido como Mesías (no hay, de hecho, referencia alguna en los 4 evangelios en donde Jesús declare “Yo soy el Mesías”), cristianos y católicos consideran a Jesús como el salvador y quien intervendrá ante Dios por ellos para librarlos de sus pecados y así acceder a la vida eterna.
Sea como fuere, lo que sí es cierto es que Jesús es, incluso para muchos judíos (filósofos, historiadores, estudiosos de la religión, etcétera), un “rabí” o maestro, quien vivió alrededor del siglo primero y quien predicó la antigua Ley (es decir, la misma Ley de Moisés) en medio de una época caótica y turbulenta en una tierra conflictiva dominada por Roma y a un pueblo hebreo inculto y esclavizado. Ese mismo pueblo que, de acuerdo con el Antiguo Testamento, liberó Moisés del yugo de la esclavitud y sacó de Egipto a través del desierto hacia la Tierra Prometida, puesto que Yahvé así lo había ordenado.
Ambos acontecimientos son conmemorados en estos días. La Pascua judía inicia el día 15 de Nisán, el primer mes del calendario hebreo (equivalente a marzo y abril del calendario gregoriano). La noche de ese día es de luna llena.
El nombre de esta conmemoración, que en hebreo se llama Pésaj (que significa literalmente, “pasar de largo”), deriva de la marca que los hebreos debían poner en la puerta de sus casas con sangre de un cordero sacrificado a Yahvé, para que, cuando el último azote de Dios a los egipcios, “el ángel de la muerte”, pasara por ahí, supiese que en esa casa vivía uno de ellos y pasara de largo sin hacerles daño.
La semana Santa, por su parte, recuerda el sacrificio de Jesús de Nazaret y el suplicio por el que tuvo que atravesar para, según los evangelios, hacer cumplir lo que estaba escrito. Jesús fue entregado, según el nuevo testamento, por su mismo pueblo y juzgado por sus “pecados” que consistían, básicamente, en predicar la Palabra de Dios y en realizar milagros en nombre de Él. Y aunque hubo muchos “rabíes” o maestros en esa época que, al igual que Jesús, realizaron milagros, predicaron la palabra y profetizaron respecto del nuevo orden de cosas, Jesús es considerado como el Mesías por cristianos y católicos alrededor del mundo.
Las enseñanzas de Jesús no contradecían el Antiguo Testamento, sino que, justo como él dice en el evangelio según San Mateo, “yo no he venido a cambiar ni un ápice de los que está escrito….”, estaban basadas en la Ley de Moisés. Lo que Jesús hizo fue predicar dichas enseñanzas adaptándolas a los tiempos en que estaba viviendo y haciendo énfasis en la cuestión del perdón, del arrepentimiento y de la salvación a través de la fe sí, pero también de las obras (idea que toma del judaísmo antiguo).
El común denominador entre ambas religiones son los preceptos en los cuales se fundamentan “Amarás al señor tu Dios con toda tu vida, con todo tu corazón y con toda tu mente”, y el segundo en importancia, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto es lo que responde Jesús al preguntarle sus discípulos y también los sacerdotes y escribas del templo y esto es también el orden en importancia de los mandamientos de la antigua ley mosaica, es decir, del judaísmo.
Con este escenario de fondo, podemos esbozar el panorama de ambas religiones en la actualidad. Por un lado, la Iglesia católica envuelta en el mayor escándalo de toda su historia, la pederastia cometida por muchos sacerdotes y encubierta por la alta jerarquía de la Iglesia. Todos sabemos de los excesos y los crímenes cometidos a lo largo de la historia del catolicismo (las cruzadas, la alianza con el poder de Roma, la Inquisición, el silencio y la omisión ante el holocausto judío, etcétera), sólo que hoy, gracias a la guerra mediática y a la velocidad con que circulan las noticias, han salido a la luz todos estos abominables crímenes.
El papa, los obispos, los cardenales, los diáconos y sacerdotes, las monjas y todos los miembros de la Iglesia católica actual, deberían, por consideración a sus fieles, a toda su grey, renunciar a sus cargos de inmediato y públicamente.
El vaticano debería de pasar a formar parte del patrimonio de la humanidad y sus bienes deberían repartirse entre los museos del mundo y subastarse como reliquias que podrían ayudar a mitigar el hambre y las enfermedades que azotan a muchos de los países pobres del mundo que son, justamente los que más fieles católicos tienen y a los cuales la Iglesia alude en sus discursos, en sus actos proselitistas y en el púlpito, refiriéndose a ellos como “la sal de la tierra”, y que son puestos como ejemplo de una vida de sacrificios y de fidelidad que el resto del mundo deberían imitar (para que ellos, los jerarcas de la iglesia, puedan seguir viviendo en la opulencia, por supuesto).
En cuanto a la realidad actual del judaísmo, el panorama tampoco luce muy alentador. El estado de Israel sigue perpetrando ataques contra palestinos en la franja de Gaza y continúa la construcción de asentamientos judíos en su territorio. El frágil gobierno palestino, al no contar con el apoyo de Estados Unidos ni del resto de los países árabes (muchos de los cuales son ricos y podrían ayudar a la creación de un estado palestino fuerte), no puede hacer mucho para frenar el avance judío. En cambio, los fundamentalistas acuden al terrorismo como “única vía” de combatirlo y en su intifada arrasan con vidas de miles de personas inocentes de ambos países.
Por supuesto que el judaísmo no es una religión (como tampoco lo es el Islam) que pregone la crueldad, la barbarie y o el asesinato como medio para solucionar los conflictos. Nada más alejado de la realidad. Sin embargo, los judíos, tanto civiles como religiosos, que se oponen a la política de mano dura de Israel hacia los palestinos, no cuentan con mucha influencia en las decisiones de su país, ya que la mayoría pertenece al partido opositor.
Este es el triste y desolador escenario en el cual transcurren ambas pascuas, la hebrea y la cristiana. Esta es la historia reciente de dos doctrinas que, en esencia surgieron como prédicas de amor, de paz, de reconciliación, de hermandad, de respeto y de un cúmulo de preceptos nobles que se han tergiversado, se han mancillado, se han corrompido y se han utilizado con los más terribles fines perpetrados en contra de la humanidad.
Ambas pascuas, la judía y la cristiana, deberían movernos a la reflexión en torno de los errores cometidos en el pasado remoto y reciente para que jamás vuelvan a ocurrir holocaustos, guerras, abusos contra los niños, etcétera. Ambas deberían, más bien, servirnos como plataforma para construir un código ético y moral sobre el cual fundar nuestra vida, nuestras relaciones con la familia, los demás y nuestro papel en el mundo. Porque ambos acontecimientos surgieron de lo más sublime que puede experimentar el hombre: el temor a Dios como principio rector de una vida buena. Pesaj sameaj! ¡Felices pascuas!
Teresa de Jesús Padrón Benavides
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