Presunto culpable es un fenómeno que hay que observar. En el cine y fuera de él. Este recomendadísimo documental sobre un hombre injustamente sentenciado a veinte años en prisión por un homicidio que nunca cometió, ha gozado de una inédita campaña de marketing y relaciones públicas que no nos invita, nos manda a ir a verla.
¿Por qué no? Ojalá toda cinta mexicana tuviera el espaldarazo de una fuerte campaña publicitaria, y enhorabuena por los que pueden costear esos vuelos mediáticos.
Sin embargo, el ángulo de esta campaña no deja de parecerme el de alguien que no hace mucho despertó y tuvo en el género documental mexicano su máxima revelación siendo que, si algo se ha estado haciendo excelentemente en este país desde hace más de diez años es el documental, no se diga el de denuncia y corte criminalístico.
Un poco arrogante incluso me parece la promoción de Presunto culpable pues, en su tono efusivo, es como si ignorara toda una tradición de realizadores que han exaltado temas delicados y urgentes para la sociedad mexicana.
Hay quienes piensan que un crítico no debería manchar la integridad de una gran película como ésta (sin duda lo es) ocupándose de detalles como su campaña de promoción. Con el perdón de los puristas, la vida de una película es también el cómo se la venden a la audiencia y, en un país en el que no se saben hacer pósters, ni trailers, una campaña publicitaria como la de este documental es, por default, un tema de interés.
Esta misma semana los medios dedicaron sus principales espacios a la tensión diplomática México-Francia, producto de la sentencia a otra presunta culpable, Florence Cassez quien, por cierto, ya a nadie le importa si es inocente o culpable pues lo que está en agenda son los conflictos generados por su petición de extradición.
Quizá la campaña de Presunto culpable busca aprovechar este viento mediático a su favor para hacernos entender algo que, una vez fuera de la agenda noticiosa, volveremos a ignorar, como si al salir de los titulares desapareciera por completo: no, no es que el sistema de justicia en México está podrido, lo que quieren decirnos es que tenemos que actuar al respecto.
Antonio Zúñiga fue acusado del asesinato de un pandillero al que nunca conoció y sentenciado a veinte años en prisión sin ninguna prueba de su culpabilidad. Sorprendidos por las irregularidades de su expediente, sus dos abogados (quienes dirigen también el filme) consiguieron que el juicio se realizara de nueva cuenta y, esta vez, hicieron mayor presión grabando todo en video.
El material obtenido por Roberto Hernández y Leyda Negrete es un doble y muy peculiar hallazgo. Por un lado, la realidad del sistema judicial y penitenciario se nos transmite de un modo opuesto a la brutalidad de la ficción, que se afana en describir la vida en la cárcel y la lucha por la justicia con lujo de suciedad y sordidez.
El horror de esta realidad es la apatía, estadísticas en las que la mayoría afectada es siempre mayor a un noventa por ciento, la burocracia, el peso asfixiante de la versión oficial que tienen un efecto tan desolador como el más crudo de los dramas carcelarios.
El segundo hallazgo es la madera de personaje que hay en los involucrados en el caso. Toño (el acusado) es hiphopero que compone sus propias canciones y tiene talento para el break dance, su novia borda trajes de charro; Rafael Heredia, su abogado defensor, tiene el carisma de los clásico héroes de los court room dramas; en tanto que el juez y la abogada acusadora, digamos que ya los quisiera Carlos Reygadas para un casting de no actores.
Sería doblemente impactante si también hubiéramos conocido el calvario que fue para los abogados introducir una cámara al juicio, luego al reclusorio y convencer a un abogado defensor a trabajar sin paga, pero su denuncia fuerte está ahí, perfectamente señalada.
Presunto culpable es una dosis de conciencia urgente y un ejemplo de cómo los medios masivos, en ocasiones, pueden resultar más impactantes que las leyes.