ÁLAMOS.- El Quinteto Anáhuac de cuerdas se presentó en el Templo de la Purísima Concepción en el tercer día del FAOT con un programa íntegro de obras de compositores mexicanos.
Acorde al programa, los integrantes del quinteto lucieron vestuario típico nacional con faldas blancas las mujeres y guayaberas los hombres. Los integrantes son Argelia Barajas (violín I), Evelyn García (violín II), Judith Reyes (viola), Salomón Guerrero (violonchelo) y David Sánchez (contrabajo).
Iniciaron con “Chinelos” de Gerardo Meza (1960-) una obra que incorpora mucho material folclórico que nos recuerda al repertorio tradicional de mariachi. El quinteto sonó un tanto desbalanceado, quizá porque utilizaron micrófonos y no se reguló bien, o por la calidad de los instrumentos o la técnica de los ejecutantes, lo que haya sido, el caso es que los violines sonaban un poco bajos.
Continuaron con una gavotta de Manuel M. Ponce (1882-1948). Una pequeña joya de la fina escritura de Ponce. Pero que el quinteto, quizá distraído por el público que en este momento entró al recinto sin el cuidado adecuado y por el llanto de un niño, sonó desarticulado y por breves pasajes desafinado.
Con “Cañambú”, de Eduardo Gamboa (1960), el quinteto comenzó a afianzarse y ante esta obra que exige el dominio de diferentes técnicas instrumentales, cada uno mostró dominio y conocimiento de su instrumento, logrando texturas sorprendentes.
Después de tocar “Sonoralia” Op.3 de Emmanuel Arias y Luna (1935-) una obra también con elementos folclóricos, volvimos a escuchar el danzón no.5 “Portales de madrugada” de Arturo Márquez, después de que también ayer lo interpretara el Cuarteto de Clarinetes Ánemos. Las comparaciones son odiosas, no las haré, y quizá además no sería válido de cualquier forma. La versión del quinteto se sintió precipitada aunque cierto, intensa. Pero por ese apresuramiento, perdió algo de sensualidad.
Lo mejor del concierto estuvo al final. Interpretaron el “Cuarteto virreinal” (en arreglo para quinteto) de Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), una obra en cuatro movimientos escrita en estilo clásico.
El primer movimiento es magistral, y fue estupendamente interpretado por el quinteto que estuvo más compenetrado y preciso, ganando en musicalidad. El público reconoció de inmediato los temas o melodías que trata, que son conocidas canciones de juegos de ronda infantiles como la de “aserrín aserrán”.
El segundo movimiento se trató de una zarabanda con variaciones. Bernal Jiménez fue organista y compositor prolífico de música religiosa, y en esta zarabanda es precisamente ese el carácter que comunica con influencia de las sonoridades del órgano. El quinteto la interpretó con gran sobriedad e impecablemente.
Los últimos dos movimientos, minué y mosso e spigliato fueron de eminente carácter dancístico, y con alegría cerraron este agradable concierto con obras pocas veces escuchadas.