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Lunes 25 de Nov de 2024
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Desde la fila de los desolados

Tere Padrón
Martes 15 de Mayo de 2012
 

                 Right now I can t read too good
                 Don t send me no more letters no
                 Not unless you mail them

                From Desolation Row
                Bob Dylan


Viernes de una noche hermosa y fresca. El tráfico y el ajetreo de avenida Insurgentes a la altura del recinto anticipaban una velada inolvidable, como lo fue. El lugar tal vez no era el más apropiado para tan anhelado acontecimiento, sin embargo, ahí estábamos, casi al fondo y entre más de cinco mil almas expectantes, igual que nosotros, por ver y escuchar al legendario personaje. Henos ahí, intentando hallar el lugar con la mejor vista posible entre la multitud y a una distancia de más de setenta metros, lo cual se antojaba cada vez menos probable, pues el auditorio carece de inclinación. Optamos por el extremo derecho y creo que fue lo mejor, pues ahí estaba, junto a una de las columnas de hierro, un gran bote de basura sobre el cual me paré para ver mejor.

Nueve en punto. Se apagan las luces y sobre el escenario muy sobrio (sólo un telón negro sobre el que se reflejaba una luz azul), aparecen proyectando sus sombras Bob Dylan y su banda: Stu Kimball en la guitarra rítmica, Charlie Sexton en la guitarra armónica, George Recelli en la batería y las percusiones y le gran Tony Garnier, en el bajo eléctrico y el contrabajo. También estaba ahí su viejo amigo y compañero de batalla, Donny Herron, en el violín. El Maestro, guitarra en mano, inicia los primeros versos de “Leopard-Skin Pill-Box Hat” y la gente grita a todo pulmón. A pesar de que los acordes iniciales no permitían reconocerla, en el estribillo nadie dudó un instante en corear “Well, I see you got your brand new leopard-skin pill-box hat, Yes, I see you got your brand new leopard-skin pill-box hat… Well, you must tell me, baby, How your head feels under somethin like that. Under your brand new leopard-skin pill-box hat”

Echo un vistazo alrededor. Gente de todas las edades, jóvenes de entre 18 hasta 30 años; parejas en sus cuarentas y cincuentas, señores de entre 65 y 70 años. Todos con una expresión de complacencia y agradecimiento, a pesar del lugar tan poco privilegiado que nos había tocado y sin quitar la vista del escenario. Cada quien lleva su propio Dylan dentro, pienso mientras busco desesperadamente a mi esposo a quien en algún momento perdí de vista mientras compraba una cerveza. Distingo su silueta alta y espigada unas cuantas filas atrás y le hago señas para que voltee. Al fin me ve y viene a mi encuentro mientras comienza “To Ramona”, una de nuestras favoritas. Y entonces pienso que Dylan es nuestro, mío, suyo, de todos y cada uno de los que ahí estamos. Cada canción, cada verso, nos pertenece, nos es familiar y entrañable. “And someday, maybe, who knows baby, I ll come and be cryin to you”.

Comienzan unos acordes acústicos de Dylan de algo que no termino de reconocer hasta el estribillo, “People are crazy and times are strange, I m locked in tight, I m out of range, I used to care, but things have changed”.  Things have changed, tema de la película Wonder Boys de 2000 con Michael Douglas. Y vaya que si las cosas han cambiado. Atrás ha quedado la voz de “sand and glue”, como la llamaba Bowie y ahora Dylan suena chillón y rasposo al mismo tiempo. Aguardentoso y agudo a la vez. Y nosotros, sus fans, también hemos cambiado. Nos sentimos, la mayoría, como dice el estribillo de la canción, “fuera de foco”, raros, inadaptados, anacrónicos. Solía importarnos, pero las cosas han cambiado. Después viene “Desolation Row” y T.S. Eliot y Ezra Pound, y Shakespeare y Cenicienta y Romeo y Julieta y Caín y Abel y toda la caterva de personajes famosos desfila por mi cabeza y no puedo evitar llorar de emoción y de pena por la futilidad de nuestra vida que, no importa quiénes hayamos sido o qué hayamos hecho, al final todos coincidiremos en la fila de la desolación. Y como si él supiera que las lágrimas habían rodado por mis mejillas, comienza, justamente “Cry a while”.

Me seco las lágrimas, doy un trago a mi cerveza e intento llegar al cielo antes de que cierren la puerta. “Trying to Get to Heaven”, del Time Out of Mind, de 1997, muy querido por nosotros, pues nos recuerda la época de recién casados, con veladas interminables entre charla, música, vino y amigos queridos. El ritmo acompasado y lento de esta balada puso a bailar “pegadito” a varias parejas alrededor nuestro. Y hasta nosotros comenzamos a balancearnos un poco, abrazados con “Spirit on the water” del Modern Times, con su ritmo tranquilo, como de canción de crooner de los años treinta “Life without you, doesn t mean a thing to me, if I can t have you, I ll throw my love into the deep blue see….”. Ahora sí, aquello se ha vuelto literalmente una pista de baile, las parejas mejilla con mejilla. Termina la canción con el contrabajo, los acordes suaves de la Gibson Les Paul y la armónica de Dylan, dulce, melódica.

Después de la gran ovación, ahora sí, viene “el plato fuerte”, el rock rupestre de la carretera 61 revisitada, en donde Di_s le pide a Abraham que le sacrifique un hijo o si no habrá de conocerlo en toda su furia. Ahora las voces son una sola coreando cada uno de los versos fuerte y duro, para que se escuche y para que no quepa duda de que, después de 40 años, Dylan sigue siendo Dylan y, tal como lo demostró anoche, tiene para rato, salvo que ocurriese una simple vuelta del destino. “Simple Twist of Fate” (una de mis consentidas), sigue causando estragos en el corazón de todos los dylanianos que hemos sido víctimas de las flechas de Cupido más de una vez.  “People tell me it s a sin, to know and feel too much within” y yo pienso que no, que no es pecado saber y sentir tanto por alguien y para celebrarlo, doy otro trago a mi cerveza. Y a propósito de amor y dolor, lo que sigue es “Love Sick”,  “I m sick of love, I wish I d never met you, I m sick of love, I m trying to forget you…” canta el maestro acompañado de su Fender, mientras atrás el hammond marca una sola nota, obstinada, como el amor imposible, inalcanzable, el amor enfermizo. Después de la histeria colectiva al terminar “Love Sick”, hizo su flamante aparición una de las favoritas de todos los tiempos, y algo está pasando pero no sabemos qué y entonces los acordes del Hammond acompañados del compás del piano nos recuerdan a un tal Mr. Jones y recordamos, sí recordamos “Ballad of a Thin Man”, del Highway 61, y también recordamos las muchas veces que nos han preguntado qué se siente ser un freak, y que no hemos sabido exactamente a qué se referían.

En el concierto de Dylan no hubo mariachis, ni pirotecnia, ni bromas con el público ni diálogos. Bastó con su poesía y su música, amada, venerada, incluso las canciones irónicas, mordaces, incisivas, las hirientes, las que preguntan ¿cómo se siente, después de haber estado en la cima del mundo,  no tener casa, ser un perfecto desconocido, una piedra rodante? Like a Rolling Stone hizo estremecer el auditorio en sus cimientos. Y cómo no, si es, tal vez, el  icono musical de los sesenta. La canción más popular de Dylan y la que el público más deseaba escuchar, aun a sabiendas de que sería el preámbulo de la despedida. Y así fue. Después de la tempestad, vino un breve lapso de calma. Bob presentó a los músicos, dio las gracias al público en Español y entonó, en una versión muy sui generis, el himno de la generación hippie “Blowing in the Wind”, que sonó más vigente que nunca, en estos tiempos oscuros e inciertos en que vivimos. Y Dylan nos preguntaba cuántas muertes más serían necesarias, antes de darnos cuenta de que ha muerto mucha gente y la respuesta soplaba en el viento.

Bob y su banda hicieron una reverencia, dieron las gracias y salieron del escenario. Sin embargo, la euforia del público los hizo volver para el encore. El maestro, a sus 72 años, lucía algo cansado y parecía decir “Debe haber una forma de salir de aquí”.  “All Along the Watchtower”, cerró con broche de oro la noche y el público la acompañó a todo pulmón y con palmas y silbidos. Nosotros, complacidos, agradecidos de haber visto finalmente a Dylan en vivo, contemplábamos satisfechos la escena desde la última fila. La fila de los desolados.

Tere Padrón
Primavera, 2012

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