Eric Hobsbawn nació en Alejandría (Egipto) en 1917, creció en Austria y en Alemania, y se trasladó a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, donde hizo parte de los “marxistas británicos”, una generación de historiadores que encontró en la clase obrera un tema de estudio apropiado para pensar la historia con profundidad.
El grupo, conformado por personajes como Edward Palmer Thompson, Maurice Dobb, Rodney Hilton y Christopher Hill, puso su mirada en las clases oprimidas y desplazó a un segundo plano el pensamiento tradicional que privilegiaba la narración de los vencedores.
Hobsbawm, además, amaba el jazz. Y su melomanía llegó al punto de llevarlo a elaborar una fina reflexión sobre los procesos sociales relacionados con este género musical. La génesis de esta inclinación personal fue explicada por el propio Hobsbawm en su autobiografía, en la cual indica que su primo Denis Preston, un estudiante de viola, fue quien lo introdujo a este género en 1933.
Acercarse a una pasión
Por aquella época, fulgurante de cambios por el influjo de las vanguardias en Europa y ante el nerviosismo que producía el nazismo, se empezó a oír en Inglaterra hot-jazz, término acuñado por los jóvenes que lo escuchaban mientras tomaban té acompañado de latas de leche condensada.
A mediados del siglo XX, la vida bohemia londinense comenzaba al atardecer en los cafés del sector de Soho y se prolongaba hacia la madrugada en los diferentes pubs de la ciudad. Fue en medio de ese mapa de lugares que el historiador se convirtió en un “observador partícipe” de la movida del jazz.
En 1956, Hobsbawm fue profesor de un college nocturno, lo cual le permitía estar muy cerca de la frenética vida nocturna. Ese mismo año, Raphael Samuel, otro notable historiador británico, alquiló una casa cerca a la antigua residencia de Karl Marx en Dean Street con la idea de crear un centro cultural llamado Partisan Coffe House.
Allí se hizo realidad parte de la propuesta de la Nueva Izquierda y fue el jazz el que aportó el telón de fondo para acompañar las conversaciones que le dieron vida a la nueva historia británica del siglo XX. Infortunadamente, las actividades del Partisan concluyeron en medio de profundos problemas económicos, situación que marcó el final de una importante etapa en la vida nocturna e intelectual de la época.
Escribir sobre jazz
Desde mediados de los cincuenta y durante diez años consecutivos, Hobsbawm fue columnista y comentarista de conciertos, discos y libros en la revista The New Statesman.
Sus textos surgían de rigurosas investigaciones en torno a la discografía y a la bibliografía de los artistas, así como de múltiples visitas a las presentaciones de jazz en los clubes, de los cuales su preferido era el Downbeat, en Old Compton Street, pues a sus clientes no les interesaba hacer vida social sino oír jazz durante varias horas.
En julio de 1959, Hobsbawm publicó una brillante reseña dedicada a Billie Holiday. El estilo de esta leyenda de la música negra, su habilidad para modular la voz y el sino trágico de su muerte fueron elementos que captaron la atención del historiador y lo llevaron a hacer una profunda investigación sobre su vida y si obra.
Su curiosidad investigativa lo condujo hacia John Hammond Jr., el productor que descubrió e hizo célebre a Holiday. Hobsbawm entabló una gran amistad con Hammond, quien también estuvo detrás del éxito de estrellas como Benny Goodman, Aretha Franklin, Count Basie, Bob Dylan, Leonard Cohen y Bruce Springsteen.
Eric Hobsbawm publicó también The Jazz Scene (1959), libro que se aproximaba a una historia social del jazz. Para ello se remontaba a los orígenes africanos del género y luego trataba de comprender la evolución de la música folclórica negra en el ámbito de los Estados Unidos. La obra explica el porqué de la ‘expansión’ y la ‘transformación’ de este fenómeno musical.
El jazz como objeto de estudio
En The Jazz Scene, Hobsbawm analiza el fenómeno musical desde una aproximación marxista clásica, en la que la industria musical y la formación de públicos marcan la frontera para comprender al jazz como articulador de una forma de resistencia social que era concomitante con la tradición cultural de los negros desde épocas muy remotas.
Decía el historiador que el canto del blues se constituyó en una de las formas más contundentes de protesta, pues los esclavos que padecieron el yugo de la dominación lograron sobreponerse a los maltratos de sus opresores a través de la canción y el lamento.
Hobsbawm insistía en que el jazz cumplió con su finalidad: seducir musicalmente al blanco para luego afectar su espíritu. Por su parte, la música negra lo que ha hecho es elevarle la autoestima a la relegada comunidad negra, mientras que el hombre blanco ha tenido que plegarse a la música de los afros.
Fue en ese proceso de toma del poder por parte del hombre negro que las Big bands adquirieron importancia en Estados Unidos. Hobsbawm analiza en su libro la trascendencia de estas formas de agrupación “tribal” y señala que en estas agrupaciones se manifestaba un vínculo especial entre los miembros que las conformaban.
Este carácter cohesionador de las minorías raciales tiene especial importancia en su análisis, pues su perspectiva marxista le permite advertir que las transformaciones notables en la estructura histórica son un hecho que obedece, primordialmente, a cambios en la forma de pensar, y por ende de actuar, de los individuos.
A partir del análisis de Hobsbawm en torno al jazz es posible entender por qué se valora hoy en día el aporte de los “marxistas británicos”, pues más que llevar las ideas comunistas al plano de la beligerancia armada, lo que hicieron fue contribuir teóricamente a una reflexión que es fundamental: comprender la complejidad de la vida humana a partir de conceptos pacíficos como el de la revolución social a través del arte.
Foto en portada: Billie Holliday