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El cine documental en México

Héctor González / Milenio
Viernes 22 de Marzo de 2013
 

Algo sucede con el documental nacional

El Anuario Estadístico de Cine Mexicano 2011, editado por el Instituto Mexicano de Cinematografía, indica que en 2010 se estrenaron 7, un año después la cifra aumentó a 13, captando al 13% de los consumidores de cine local.

El impacto del género en términos de festivales y premios es superior incluso al de la ficción, pues en promedio le corresponde el 55% de los reconocimientos cosechados por el cine mexicano en el extranjero.

No obstante, el buen momento que atraviesa en términos cualitativos no coincide con lo que sucede con los apoyos y el tiempo en pantalla.

El documental apenas recibe el 13% de los estímulos otorgados por las instancias oficiales y ocupa el 38% de la producción a nivel nacional.

En su último informe de actividades, la ex titular del Imcine, Marina Stavenhagen, informó que entre 2007 y 2012 se produjeron 96 documentales a cambio de 215 ficciones.

A esto se suma su escasa presencia en las grandes cadenas exhibidoras y las condiciones desiguales en que es proyectado.

El ejemplo más reciente es Cuates de Australia, el filme de Everardo González que fue retirado de horarios y salas de manera arbitraria por Cinépolis.

El panorama del género en México tiene dos vertientes, explica la crítica Fernanda Solórzano:

“En términos de directores y propuestas el nivel es muy bueno. Lleva varios años con producciones de gran calidad. Creo que hoy podríamos hablar de un boom aunque sea por debajo del radar. Respecto a su exhibición y penetración en el público el resultado es pésimo; es una lástima que no pueda llegar a salas. No me gusta caer en el ataque contra los exhibidores pero sí hay cosas que tienen que cambiar. No es justo que cuando se hacen cosas tan buenas y con tantos reconocimientos no lleguen a la gente. Hay una relación proporcionalmente inversa entre el nivel de lo que se hace y el número de personas al que llega”.


Más con menos

El cine, como todas las artes, requiere vocación y sensibilidad. En el caso del documentalista, abría que sumar ingenio para aprender a trabajar con escasos recursos.

Eugenio Polgovsky, fundador de Tecolote Films y autor de la celebrada película Los herederos, donde muestra cómo las condiciones de pobreza en el campo mexicano obligan a los niños a emplearse en labores que no corresponden a su edad, expone que ha conseguido filmar gracias a las nuevas herramientas tecnológicas.

“Tarkovsky decía, ‘el cine es un arte infeliz mientras dependa del dinero’. Hoy la tecnología te permite ofrecer un material de calidad sin gastar millones. En mi caso he invertido en mi propio equipo y eso me permite trabajar con libertad. No tengo un coche de lujo pero sí un buen equipo”.

Actualmente se puede levantar un proyecto con poco dinero. Así lo hizo Alejandro Solar, director El paciente interno, producción que cuenta la historia de Carlos Castañeda, un hombre que en 1968 quiso atentar contra la vida de Gustavo Díaz Ordaz.

Pese a los buenos comentarios vertidos hacia la película, aun no se ha estrenado, no ha sucedido nada con el film más allá de una serie de festivales. “Uno puede levantar un documental con recursos limitados pero la distribución y exhibición son los terrenos donde menos hemos podido avanzar. Ahora estamos en pláticas para planear la estrategia de lanzamiento de El paciente interno. Sabemos lo difícil que será la corrida comercial, por lo mismo me gustaría aterrizar en otros circuitos como los culturales”.

No obstante, reconoce que, si bien, la circulación en salas alternativas o en Internet son opciones interesantes, también pueden ser una sentencia para que el productor no recupere nada de lo invertido.

Un rasgo que distingue a la nueva generación de documentalistas mexicanos es la variedad de estilos y contenidos.

De Juan Carlos Rulfo a Everardo González, y de Mercedes Moncada a Jacaranda Correa o Natalia Almada, no se puede hablar de una hegemonía temática. Fernanda Solórzano va más allá y no duda en afirmar que hoy se hace mejor documental que ficción.

“La mayoría de los documentales, por más imperfectos que sean, siempre tienen algo; en cambio, la ficción está medio atorada. Encuentro además una propuesta estética que los separa del panfleto o del reportaje. Es paradójico, porque lo que los vuelve más valiosos cinematográficamente, les perjudica ante los exhibidores y un sector de la crítica que cree que no ser explicativos es un impedimento para que funcionen. Dos ejemplos notables son Intimidades entre Shakespeare y Víctor Hugo de Yulene Olaizola, que tiene un formato de thriller; y Los herederos de Polgovsky, que casi no tiene diálogos, ambos van más allá de los formatos convencionales”.

La eficacia de un documental también se puede medir por su incidencia en la realidad.

A partir de Cuates de Australia, el gobierno de Coahuila mandó construir un pozo en un pueblo azotado por la sequía; Presunto culpable suscitó un amplio debate sobre la impartición de justicia en México. En este sentido, la mirada del realizador debe estar abierta a captar los elementos que conforman la realidad que le interesa contar.

Polgovsky confiesa no hacer comerciales por una cuestión moral, se mantiene gracias a producciones institucionales, todas relacionadas con causas sociales.

“El cine es un arte mayor y para mí implica el florecimiento de tu capacidad expresiva o de un sentido de la conciencia. La cámara y el sonido se han convertido en aliados de mi mirada para hacer poesía visual. Es un privilegio jugar con los símbolos y darle voz a alguien que vive en la invisibilidad”.

Para todo cineasta mexicano, la continuidad es más que un reto, un acto de necedad y persistencia. Dentro del documental, el caso de Everardo González es singular, en menos de diez años ha conseguido armar una obra consistente. La canción del pulque, Los ladrones viejos, El cielo abierto y Cuates de Australia, integran una estela de trabajos que han cosechado cualquier cantidad de premios dentro y fuera del país.

“No hay fórmulas para la continuidad. En mi caso hacer películas es una necesidad vital. Si filmar no es algo vital quizá no lo vuelvas a hacer, sobre todo en el documental, porque depende de la voluntad del director, más allá de los aplausos, el dinero o el reconocimiento”.


El implacable mercado

El mercado solo entiende de números. Salvo un par de casos concretos: De panzazo de Juan Carlos Rulfo y Presunto culpable de Roberto Hernández, no se puede hablar de documentalistas mexicanos exitosos en taquilla. El primero llevó a un millón de espectadores, mientras que el segundo captó la atención de un millón 690 mil asistentes.

Ambos casos son garbanzos de libra, aunque tampoco se puede pasar por alto que estuvieron apoyados por gigantes como Cinépolis y Televisa. Al margen de ellos, el destino de la mayoría es diferente.

Everardo González ha padecido en carne propia la competencia desleal en pantalla. “Nos falta mucho trabajo para que la gente cambie de opinión y descubra en el documental otra forma narrativa del cine. Probablemente la Ciudad de México, Tijuana o Guadalajara lo entienden mejor, pero el resto del país todavía le pone un estigma de género relegado. Tenemos que seguir trabajando para formar públicos. El problema es que cuando dependemos de las leyes del mercado, esta tarea se convierte en algo imposible. No se entiende que el valor del documental no es económico, sino formativo y de educación”.

Parte importante en la generación de públicos son los festivales. La gira de documentales Ambulante celebró su primera edición en 2005, en aquella ocasión con una convocatoria de 12,200 personas; desde entonces, y hasta ahora, cuando cumplió su octavo año, ha tenido un crecimiento sustancial en cobertura y espectadores. Tan solo en 2012, contó con 99, 855 asistentes. Un esfuerzo más es DOCSDF, festival surgido en 2006 y que el año pasado convocó a 48, 063 cinéfilos.

Datos como estos permiten afirmar a Eugenio Polgovsky que existe gente ávida por este tipo de filmes. “Tenemos que hablar de una especie de coincidencia entre el auge de festivales, los cineastas independientes y el público. Sin el público nada tendría sentido porque es ahí donde cae la semilla y germina. Por lo mismo, sí veo un nuevo espectador dispuesto a impulsar al cine independiente”.

A su vez, Fernanda Solórzano asegura que atravesamos por “un momento dorado” en términos de calidad, y que sería un grave error desperdiciarlo.
 
A fin de proponer medidas que mejoren las condiciones de exhibición, un grupo de documentalistas se empiezan a juntar para evaluar una serie de iniciativas. Everardo González es parte de este conjunto de realizadores y explica que se requieren medidas “que contribuyan a entender que la cinematografía no solo es entretenimiento, también ayuda a construir mejores ciudadanos”.

Sugiere una política educativa que tome en cuenta al cine como elemento formativo, así como “una reglamentación que proteja a la cultura mexicana y refuerce las políticas antimonopólicas a fin de no depender de las dos cadenas que controlan la exhibición. Hoy los éxitos de la cartelera se fincan en la ignorancia del país”.

Alejandro Solar, miembro de este colectivo junto con Mercedes Moncada, Lucía Gajá y Jacaranda Correa, concluye que hay razones para ser optimistas: “Queremos encontrar nuevas formas para la distribución de nuestro trabajo. Creo que la calidad de los documentalistas mexicanos da para hacer muchas cosas. Ese es un gran punto de partida que me hace pensar que vienen cosas positivas”.

En el mismo sentido, Eugenio Polgovsky traza ideas que van desde la instauración de una red nacional de cineclubes a disposiciones que obliguen a las cadenas exhibidoras a dar trato preferencial a las producciones locales y a respetar los horarios y el tiempo mínimo en pantalla.

“Imcine o Conaculta deberían empezar a reglamentar esto. Confío en que Jorge Sánchez (nuevo titular de Imcine) pueda hacer algo al respecto. La gente necesita del cine para autopensarse y reconocerse. La sublimación de los sentimientos y emociones nacen en la intimidad ritual del templo oscuro que es una sala de cine, este es uno de los últimos rituales colectivos”.

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