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Mr. Talese, el viejo del Nuevo Periodismo

Víctor Núñez Jaime / El País
Martes 30 de Abril de 2013
 

Gay Talese tenía 15 años, una educación católica que lo reprimía y una calificaciones mediocres cuando publicó su primer artículo en un periódico escolar de Ocean City, New Jaersey, donde nació en 1932. Había aprendido a observar y a escuchar viendo interactuar a su madre con las clientas de su tienda de vestidos.

Y había aprendido, también, a ser paciente y meticuloso viendo a su padre confeccionar trajes en su sastrería. “Esa fue mi mejor educación para hacer lo que hago. Fueron mis padres los que me dieron las claves para ser periodista: reporteo como mi madre y escribo como mi padre”, dice ahora con el orgullo en la mirada.

Estudió periodismo en la Universidad de Alabama y lo contrataron como mensajero en The New York Times. Un día se preguntó cómo se formaban los titulares que se exhibían en lo alto del edificio del periódico. Y descubrió al hombre que manejaba 15 mil focos de 20 vatios para formar palabras. Escribió su historia, se la entregó a un editor, la publicaron y a partir de entonces se convirtió en uno de los reporteros del diario más importante del mundo.

ÇSus textos sobresalían porque abordaba los acontecimientos desde ángulos diferentes. Contaba un partido de beisbol a partir de la pelea de unos novios en las gradas o un incendio en un barrio neoyorquino privilegiando la conversación de los vecinos que veían lo que ocurría desde la ventana de sus casas. 

“¿Qué es esto, en nombre de Cristo? En el otoño de 1962 -escribe Tom Wolfe en El Nuevo Periodismo (Anagrama, 1977)- se me ocurrió coger un ejemplar de Esquire y leí un artículo [de Gay Talese] que se titulaba “Joe Louis: el rey hecho hombre de edad madura.” El trabajo no comenzaba en absoluto como el típico artículo periodístico. Comenzaba con el tono y el clima de un relato breve, con una escena más bien íntima.”  A esta forma de dar información mediante técnicas literarias, Wolfe la llamó “Nuevo Periodismo.” No es que antes no se hubiera hecho. Era, simplemente, que comenzaba a ser más común en las publicaciones más importantes de Estados Unidos y esa etiqueta serviría para consagrar a algunos autores que le daban al relato de no ficción la misma importancia que las obras de ficción.

Mr. Talese ha estado más preocupado por lo que rodea a la noticia que por la noticia misma. Es un observador apasionado y prefiere fijarse en los desconocidos y en los perdedores, como el encargado de escribir los obituarios para The New York Times, el exitoso boxeador que luego cae en el olvido o los obreros de los puentes que unen Brooklyn con Staten Island.

En  julio de 1999, por ejemplo, se llevó a cabo la final del Rose Bowl. La selección de futbol femenino de China se enfrentó a la de Estados Unidos. Casi al final del segundo tiempo, una jugadora china falló un penalti y China perdió el partido. Mr. Talese estaba detrás del televisor y vio en esa chica, Lu Ying, una gran historia. Invitó a comer al director de la marca deportiva Nike, patrocinadora del equipo chino, y le pidió ayuda para contactar a la deportista. Quería averiguar qué significaba pasar por ese tipo de derrota. Para Talese, esa chica encarnaba al gigante asiático que era capaz de sobreponerse a la adversidad y a la desilusión. Así que se fue a Pekín dispuesto a pasar ahí una buena temporada.

El equipo entrenaba para los Juegos Olímpicos de Sydney. Talese pudo charlar con Lu Ying y descubrió que el centro de la historia era la madre de la chica. ¿Por qué una mujer pobre, perteneciente a la generación de la Revolución Cultural, impulsa a su hija para que triunfe en el futbol? A la señora le interesó hablar y permitió que el periodista la visitara. Un día Talese conoció a la abuela de Lu Ying, una anciana de pies diminutos, y pensó: “en realidad esta es una historia generacional sobre una abuela, una madre y Lu Ying.” Las visitó una y otra vez, hasta que obtuvo una historia completa y simbólica.

Hoy, que todo es instantaneidad, Mr. Talese privilegia la observación llena de paciencia y el reportaje profundo.

 

 

 

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