Al igual que el resto de los mortales, aun siendo un personaje extraordinario, Leonardo Da Vinci vivió en un “mundo material de apetitos y contingencias”. En uno de sus últimos manuscritos, el artista florentino reflexionaba sobre sus investigaciones geométricas, cuando de manera abrupta interrumpió el texto que escribía con la palabra “etcétera”, para enseguida concluir: perche la minesstra si fredda (porque la sopa se enfría).
El hecho podría no ser relevante. Sin embargo, dice el historiador británico Charles Nicholl, resulta especial que entre las áridas abstracciones de los estudios de Leonardo, aparezca espontáneamente un momento de humanidad sencilla y cotidiana: un anciano sentado a la mesa escribiendo con atención, y en la otra habitación un plato de sopa, humeando intensamente.
El mismo Da Vinci, quien el pasado 2 de mayo cumplió 494 años de muerto, llegó a escribir: “aparecerán figuras gigantescas de forma humana, pero cuanto más te acerques a ellas más disminuirá su inmensa estatura”.
Con ese afán de descubrir al “hombre como nosotros” que estaba detrás del genio, Charles Nicholl llevó a cabo una exhaustiva y minuciosa investigación sobre la vida del renacentista, que incluyó la revisión de sus manuscritos y cuadernos, así como la lectura de los diferentes biógrafos que ha tenido en casi 500 años. El resultado, Leonardo. El vuelo de la mente (Taurus), un libro de 700 páginas que este 2013 llegó a su cuarta reimpresión.
Frente a la imagen comúnmente difundida del “Hombre Universal”, sobrehumano y multidisciplinar, esta biografía se propone recuperar algo del hombre real que fue Leonardo, ese “hijo ilegítimo” que creció en la tranquilidad del campo, en contacto frecuente con los animales, y entre las vicisitudes familiares.
Contra la idea simplificadora de una “gran inspiración”, el historiador escudriña e interpreta. Nicoll encuentra en los detalles de los diferentes pasajes la causa, la motivación y la fuente de imaginación de Leonardo.
No es fortuito por ejemplo su conocimiento de la naturaleza y las máquinas. Desde temprana edad trabajó en los molinos de aceituna. Ahí no sólo aprendió las propiedades de los aceites sino los mecanismos de tracción y prensado de la maquinaria para obtenerlos.
“Existe una relación entre el tratamiento de la aceituna en el molino de aceite y el de la pintura en el taller del artista, y la relación se hace todavía más cercana cuando recordamos que Leonardo fue sobre todo un pintor de óleos”, reflexiona Nicholl.
Otra de sus motivaciones, más humana que extraordinaria, era el burdo interés. “Los ingenios bélicos, la planificación urbana, las máquinas para volar, los diseños de arquitectura, incluso las adivinanzas cortesanas, todo ello, que hoy sobrevive fosilizado en papel, formaba parte de su empeño en convertirse en el técnico o asesor en muy distintas materias de Ludovico el Moro”.
A lo largo de su vida, aun ya con fama y sus grandes obras dejando marca en la Europa renacentista, Da Vinci fue víctima también de los sentimientos de envidia y fracaso.
Como aquella ocasión en la que tuvo que opinar sobre el lugar que habría de ocupar “el gigante”, el David de Miguel Ángel. Era una reunión el 25 de enero de 1504, en la que un grupo de artistas había sido convocado en Florencia para decidir, justamente, dónde habría de ser colocada la colosal escultura.
Esa desmesurada estatua de mármol debe ser arrinconada en un lugar donde no estorbe el paso, pensó probablemente Leonardo Da Vinci, a decir de su biógrafo.
La opinión que sí dejó por escrito fue la siguiente: “coincido con Giuliano en que debe ser colocado en la Logia, tras el murete donde forman los soldados. Debe ser puesta ahí, con una ornamentación adecuada, pero de forma que no suponga un obstáculo para las ceremonias oficiales”. Su parecer no fue tomado en cuenta.
La aparente molestia o envidia de Da Vinci tiene un origen y un desenlace. Una década atrás, había intentado sin éxito crear también una obra colosal, fundir en bronce la escultura de un caballo de más de siete metros de alto. El fracaso no residía solamente en el proyecto trunco, sino en que éste se había convertido en noticia. El artista había presentado el modelo de barro con motivo de las nupcias entre Bianca, la sobrina de Ludovico, y el Sacro Emperador Germánico, Maximiliano de Habsburgo.
Todos lo sabían, incluso Miguel Ángel, quien en un intercambio de palabras, al margen de una discusión sobre un pasaje de Dante, le espetó a Da Vinci en medio de un grupo de personas: "Acláraselo tú, que diseñaste un caballo para fundirlo en bronce y, al no poder hacerlo, tuviste que abandonarlo, cubriéndote de vergüenza". Dicho lo cual, (Miguel Ángel) les dio la espalda y se marchó. Y Leonardo se quedó allí clavado, rojo de ira a causa de tales palabras”.
Están también las conocidas historias y teorías detrás de la Mona Lisa, La última cena, sus estudios geométricos, matemáticos, sus escritos literarios, sobre música, arquitectura.
“Existen, desde luego, todas esas complejidades y profundidades y pinturas mundialmente famosas que es preciso tratar de descifrar, todas esas cosas que lo convierten en un ser único; pero en estos otros momentos es, por un instante, un hombre como nosotros”, concluye Nicholl.