Se trata de una historia asombrosa. Entre 1942 y 1944, los músicos estadounidenses se pusieron en huelga de grabaciones, el llamado Petrillo ban: una acción sindical a cara de perro, liderada por James C. Petrillo, contra las discográficas.
Mientras rugía la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos no salieron discos nuevos (aparte de temas a cappella y piezas de armónica, a la que no se consideraba WW IIun instrumento legítimo).
Con una excepción: un nutrido grupo de estadounidenses sí disfrutaron de grabaciones frescas, a cargo de los principales solistas y orquestas. Eran los V-Discs, lanzamientos exclusivos para las Fuerzas Armadas.
Y tenían sentido. Al encontrarse en guerra con las potencias del Eje, los jefes militares descubrieron encantados que, en general, los civiles se sometían y acudían mansamente a los centros de alistamiento. Sin embargo, y eso sí era preocupante, carecían de motivación ideológica, a pesar de los afanes de Hollywood por proporcionar argumentos (ahí está la famosa serie Why we fight, de Frank Capra). Los reclutas no interiorizaban su teórica superioridad moral sobre los guerreros de la coalición formada por Alemania e Italia; otro asunto era el odio al agresor japonés, alentado por prejuicios raciales.
Una actitud que se aprecia en las páginas de las abundantes memorias de soldados estadounidenses participantes en “la última guerra buena”: había un trabajo por hacer y les había tocado. A excepción de minorías politizadas o los descendientes de judíos, los conscriptos acudieron a Europa sin una antipatía particular hacia el sistema totalitario que encarnaba el enemigo.
De hecho, en los vertiginosos meses que siguieron al desembarco en Normandía, los GIs desarrollaron cierto rencor hacia los recién liberados franceses, una simpatía por belgas y holandeses, una entente cordiale con los italianos y una reticente V disc 2 temasadmiración por los alemanes, cuya cultura y vida confortable les resultaban envidiables (al menos, hasta que se descubrieron los campos de exterminio). Investigaciones posteriores al final de la guerra destaparon datos bastante alucinantes: un considerable porcentaje de soldados de infantería estadounidenses evitaban disparar -o lo hacían al aire- cuando se encontraban con las fuerzas alemanas.
Lo primero también podía ser puro instinto de conservación: si no disparas, es más difícil localizarte. Lo segundo, revela quizás un intento de conservar cierta virginidad moral: "si hay que matarlos, que lo haga la artillería o la aviación".
A esa tropa había que tenerla contenta. En la Segunda Guerra Mundial no hubo Ejército más mimado que el de las barras y estrellas. Se montaban cines, clubes, cafeterías y los economatos PX. La USO (United Service Organization) ofrecía espectáculos. Otra forma de hacerles sentir privilegiados fueron los V-Discs, los Discos de la Victoria. Respondían a un acuerdo de Washington con las discográficas y el sindicato que dirigía Petrillo: se permitía grabar gratis a las estrellas del momento si no se hacía un uso comercial de las pizarras y, una vez terminada la guerra, se destruían todos los masters y las copias que hubieran sobrevivido al conflicto. Los músicos, encantados de mostrar sus avances y dispùestos a mostrar su patriotismo, aplaudieron la iniciativa.
Típicamente, fue una empresa colosal en lo logístico. V-Discs prensó varios millones de copias de unas 900 referencias. Se enviaban en paquetes mensuales, junto con abundantes agujas y (si eran necesarios) algunos fonógrafos. Técnicamente, los Discos de la Victoria también eran una maravilla: se prensaban con una pasta más resistente que las quebradizas pizarras y tenían un diámetro de 30 centímetros, lo que permitía grabar hasta seis minutos por cara, el doble que una placa comercial, una ventaja que aprovecharon algunos jazzmen.
La oferta abarcaba desde bailables de swing a canciones sentimentales, pasando por ocurrencias humorísticas y música clásica (grabaron hasta los pianistas españoles Amparo y José Iturbi). Los V-Discs se escuchaban en las emisores del American Forces Network, en los espacios comunes de bases y campamentos, a través de altavoces, Para que no protestaran los oficiales de la vieja escuela, se incluían marchas: el incansable Glenn Miller supo adaptar al gusto militar piezas como "St. Louis blues".
El proyecto era, hoy diríamos, interactivo. Los destinatarios podían comentar su grado de satisfacción con la última tanda de discos y solicitar que las figuras más populares -destacaban Bing Crosby y Frank Sinatra- registraran determinadas piezas: "Stardust" y "White christmas" fueron las más solicitadas y se hicieron abundantes versiones. Para grabarlas, se aprovechaban los soundstages de las productoras cinematográficas, los estudios de las emisoras o cualquier espacio con buena acústica donde se pudiera acomodar su voluminosa grabadora móvil.
La producción sonora no desmerecía mucho frente al nivel medio de los discos anteriores a la huelga: entre otroa, allí estaba Steve Sholes, que luego trabajaría con Elvis Presley y la plana mayor del country. Aunque la relación de los uniformados con los músicos no siempre resultó fácil. El exuberante Fats Waller exigió un par de botellas de whisky escocés y, según las iba vaciando, su música se deterioraba. Murió unos días después, sin llegar a enterarse de que el Ejercito vetaria temas como "If you are a viper", sobre los fumadores de marihuana.
Ante la creciente irritación de las discográficas, aunque perdiendo fuelle, el programa de los V-Discs continuó hasta 1949, con la excusa de atender a las tropas repartidas por los cinco continentes. En ese momento, cuando se cerró definitivamente, se procedió a la destrucción de los moldes para fabricación e incluso de las copias que se conservaban en las bases. Con el celo puritano propio del país, se persiguió a melómanos que habían acumulado secretamente V-Discs; uno de ellos, hasta conoció la cárcel.
Pudo ser un magnicidio cultural. Afortunadamente, algunos coleccionistas atesoraron clandestinamente muchos ejemplares y, a su debido momento, volvieron a circular, agrupados en elepés piratas, con mayor o menor fritura de fondo. Finalmente, los V-Discs fueron “legalizados” y ahora puedes encontrar abundantes recopilaciones de sonido aceptable en CD. Fue la pequeña contribución del jazz y otras formas de la música popular a la lucha contra el Monstruo.