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Superman ¿un nuevo mesías?

Luis Martínez / El mundo
Sábado 22 de Junio de 2013
 

La historia de Superman es simplemente la de un hombre obligado por las circunstancias a dejar su país, su familia, su mundo; un extraño en un sitio fundamentalmente extraño.

Si se prefiere, estamos ante el primer emigrante de la historia de la humanidad correctamente integrado en su nuevo mundo. Las inexistentes políticas de integración funcionaron.

Pocos personajes conforman de forma tan acertada la mitología pop de una nación, la estadounidense, compuesta básicamente por emigrantes. Jugaba con ventaja (no es negro ni sabe una palabra de árabe), pero... funcionó. Así ha sido durante sus 75 años de vida. Hasta ahora.

De repente, la lectura del coguionista y productor Christopher Nolan (que no tanto la del director manazas Zack Snyder) es otra bien distinta. De repente, en "El hombre de acero", el infatigable campeón de las causas justas se convierte en algo bien distinto: inmigrante, sí, pero cuidado, algo nos hace sospechar que ni tiene la visa correctamente legalizada, ni ha rellenado como debe el papelito que te dan en el avión cuando viajas a Estados Unidos, ni, por supuesto, sabe lo que es la tarjeta verde.

Y, en efecto, es en este aspecto donde la actualización que propone la película producida por el responsable de Batman pone en funcionamiento las glándulas salivales. Gusta, excita y altera los biorritmos. Y lo hace, por supuesto, con la maquinaria pesada del cine espectacular perfectamente revisada y a punto. La pantalla, directamente, explota.

Bien es cierto que, llegado un momento, a Superman se le funden los plomos y, buenas noches, todo es ruido. Lástima que las buenas ideas no detonen en la misma medida. Hemos estado muy cerca.

Pero vayamos por partes. Siempre es mucho más excitante una buena idea que el más brillante de los efectos especiales (o, por lo menos, casi siempre). Nolan quiere que su héroe sea un tipo inadaptado, como siempre fue, pero sin renunciar a nada que lo haga comprensible, coherente y narrativamente con sentido. Pese a usar capa para volar.



¿Cómo que Kripton?


Así, y por primera vez, entendemos (y se nos explica) de dónde viene para, poco a poco, ir deslizando el argumento en un delirante y gozoso campo de minas metafórico. Importa la relación del extraterrestre, pues eso es, con su nueva y muy disparatada situación terrestre. El mundo, tal y como lo conocemos, es fundamentalmente un sitio extraño.

Y eso es así para todos, incluido Superman.

Atrapado entre dos padres, entre dos universos, entre la decisión de que sobreviva su especie original o la que le da de comer, no sabe si hacerse terrorista o mesías: dios o demonio. Puede ser cualquiera de las dos cosas. Es Superman, recuérdese.

Es sólo un matiz lo que le separa de ser o el nuevo apóstol de una nueva cienciología o directamente Bin Laden. Nolan, la verdad, es bueno planteando dilemas.

Otra cosa es Snyder resolviéndolos.

Entre la historia de Moisés reactualizada, la del pueblo judío buscando nuevo asiento, la de Al-Qaeda derribando las bases de Occidente y la del último iluminado proponiendo la vuelta de Dios resucitado, el relato del hombre de acero se expande hasta convertirse en el reverso oscuro de su propia mitología.

Se desprende de iconos (ya no lleva los calzoncilos por fuera, ya no luce ostentosamente una S pectoral) para intentar alcanzar el punto exacto de la confusión, la nuestra.

Abandona la pretensión de emular la joya pop compuesta por Richard Donner a finales de los 70 para componer exactamente su opuesto (hasta la música de Hans Zimmer trabaja en sentido contrario a la inolvidable de John Williams).

Y así, resultan acertadas tanto la decisión de colocar al hierático Henry Cavill como testigo ajeno de su propia vida; como la de resucitar a Kevin Costner y Diane Lane como figuras sacrificiales; como la de recuperar a Russell Crowe para el papel de Marlon Brando (Jor-El); como la de empujar al gran Michael Shannon al límite de su propia anatomía como, y sobre todo, la de hacer que Amy Adams abandone la postura pasiva del misionero que indefectiblemente corresponde a la chica de todo esto.

Lástima decíamos (ahora vienen las malas o muy malas noticias) que para Snyder una idea sean como criptonita para Superman. La dirección testosterónica y sin matices de "El hombre de acero" en vez de ayudar a comprender, a dar brillo a cada una de las provocaciones (el héroe como Cristo resucitado) juega en contra y acaba por ahogar buena parte de la magnética propuesta.

A un lado el inmejorable arranque (nunca antes vimos así Kripton) como preámbulo de unos solventes y enérgicos dos primeros actos, la película se abandona en un acto final tan largo como azaroso donde, definitivamente, se dejan para mejor ocasión cada una de las propuestas que tanto nos gustaron. Dos tipos indestructibles sacudiéndose sin piedad resulta cuando menos impenitente. Para qué.

¿Cuándo acaba todo esto?

En cualquier caso, y entre los escombros, queda la dureza de una idea tan excitante que, cuando menos, merece más. Vendrán más partes de este emigrante sin papeles y, por favor, que las dirija otro.

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