La primera noche musical en el Palacio fue impresionante. Con un sólido programa en dos partes cuya segunda estuvo dedicada a música de Richard Wagner, el evento resultó ser toda una revelación para el público.
El número instrumental con que abrió el concierto fue premonitorio, “La mañana” de Peer Gynt, obra del compositor Edvard Grieg. Fue un abrir de los sentidos y de la mente. Es la música del amanecer por excelencia. La flauta entra con un tema de reminiscencias célticas y es secundada por el oboe para luego dar entrada a la orquesta. Una hermosa pieza descriptiva, muy bien lograda por la Filarmónica de Sonora esta noche.
Después una grata sorpresa: el Concierto para Soprano Coloratura y Orquesta en Fa menor de Reinhold Glière (1943). A veces se nos puede olvidar que la voz es también un instrumento musical y que no ocupa de la palabra. En su momento, la idea de escribir música para voz sin texto no fue nueva, pero sí la de crear una obra grande como lo es un concierto. La solista fue Penélope Luna, joven originaria de Sinaloa que en las últimas ediciones del Festival ha venido teniendo una participación cada vez más destacada. Esta noche confirmó que no solo es la chica talentosa sino que es una artista con desarrollados dotes. El concierto es sumamente difícil para la solista pero a la vez igualmente bello y nos hizo estremecer en más de un momento.
Después llegó al escenario Othalie Graham. Ella es soprano dramática. Cuando decimos soprano entendemos que se trata de una voz aguda, sin embargo hay diversidad de matices y caracteres y esta noche hubo dos muy diferentes. Penélope es coloratura, esto es, una voz ligera, ágil para articular y escalar, y Othalie es más densa y potente.
Othalie inició con “Sich, teure Halle” de la ópera Tannhäuser de Wagner. Su sola presencia escénica impactaba, pero cuando empezó a cantar, fue apabullante. Ella fue ganadora del Concurso Vocal Internacional Gerda Lissner en 2010 en la división Wagner, así que entre sus especialidades está la obra de este gran compositor.
La inclusión de música de Wagner para la segunda mitad, fue muy acertada y abordarla no es nada fácil, siempre es un reto y un atrevimiento. El año pasado se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Wagner, así que se antoja como un homenaje aún.
La importancia de este compositor es enorme. Va tras la obra de arte total, reunificando la música, la palabra y la acción. En su música, la melodía siempre está presente pues la entendía como la propia idea, los motivos, las razones; abrió nuevos caminos armónicos y orquestalmente sigue siendo una de las cimas más altas.
Felizmente los músicos de esta noche, Othalie y la Filarmónica, dirigida por Patrón de Rueda, estuvieron a la altura. Cuando la orquesta tocó la Obertura de Rienzi fue la consagración, el público se puso de pie y siguió La Cabalgata de las Valkirias.
El programa culminó con el Preludio y Mild und leise en versión para voz de la ópera Tristán e Isolda. Una música muy conmovedora sobre el amor, que llegó al público que al final ovacionó.
Al término del concierto fui a encontrarme con los integrantes de la Filarmónica. Quiero felicitarlos -le dije a Pablo, flautista-, nunca había escuchado que sonara tan bien la orquesta, “yo tampoco” –me contestó.
La leyenda de Paganini presente en el Festival
“Estoy seguro de que a Paganini le hubiera encantado Álamos” dijo el violinista Adrián Justus antes de tocar unos caprichos del mítico personaje. Su ejecución resultó fantástica, precisa e impecable en el Templo ayer por la tarde.
Cada uno de los caprichos tiene un carácter diferente, unos son muy románticos, otros alocados, otros misteriosos, pero técnicamente todos muy demandantes.
Sobre Paganini se creó toda una leyenda. Flaco, alto, de manos grandes y huesudas, vestido de negro tocando “imposibles” en su violín por las calles, algunos decían que había pactado con el diablo.
Y cuando siguió el capricho número 13, Adrián dijo en broma “perdón que lo diga aquí pero éste que sigue si tiene algo de diabólico, se le conoce como la risa del diablo” y es que, efectivamente, el violín parece imitar una risa si no malvada, al menos si muy traviesa.
Terminó con el impresionante Capricho 24 que dejó helado al público. Al terminar la variación con pizzicatos de mano izquierda el público no se aguantó las ganas de aplaudirle como cuando se aplaude a los jazzistas luego de un solo.
Pero Paganini fue la segunda parte. La primera fue algo muy diferente, fue música del gran Johann Sebastian Bach.
Interpretó dos movimientos de la Partita no. 3 (Preludio y Gavotta) y la no. 2 completa. Las partitas para violín de Bach son algo mayor. Por si misma la Chaconna de la segunda partita, por ejemplo, es una de las creaciones humanas más formidables, bellas y profundas de todos los tiempos.
Magistral resultó la interpretación del Preludio y la Gavotta de la Partita 3 de Adrián Justus quien demostró ser uno de los grandes violinistas de nuestro país, pero esta vez no usó el Stradivarius.