Este miércoles 5 de marzo falleció el filósofo mexicano Luis Villoro. Reproducimos aquí un fragmento de unos de sus textos más conocidos.
Durante la revolución francesa, en la Convención Nacional se habló de una “izquierda”, una “derecha” y un “centro”, según la posición que ocupaban los representantes de la Asamblea. Esos conceptos se ampliaron a toda la nación y llegaron a referirse a actitudes colectivas en la moralidad social. A eso nos referimos cuando hablamos de izquierda y de derecha política social. Empecemos entonces por definir los términos.
¿Qué podemos entender en ética y en política por izquierda?
En toda sociedad existe, de hecho, una situación de poder. Ante ella situación se plantea una alternativa: un comportamiento colectivo de aceptación del poder existente o una actitud de disrupción ante la realidad del poder.
Esa actitud común puede dar lugar a una práctica transformadora que sería a la vez negación de un orden dado y proyección de otro que se supone más racional y humano. Son esa actitud y esa práctica las que definen a la izquierda. Lo que le dio sentido a la entrega de tantos hombres y mujeres e hizo que, en muchos casos, algunos sacrificaran sus vidas por un objetivo social, no fue la creencia en una doctrina científica o filosófica; fue una pasión y una esperanza: la indignación por la estupidez y la injusticia humanas, la urgencia por construir una sociedad fraterna.
Según las épocas y las circunstancias históricas, esa actitud disruptiva revistió varias formas, ensayó distintas vías de acción y adujo diferentes teorías para justificarla, pero en todas se mantuvo constante. Pero no era prisionera de ninguna formulación ideológica, subsistía, subsiste, en todas ellas.
La izquierda en política no es una ideología, una doctrina, es una elección de vida para la sociedad.
La confusión de la izquierda con una doctrina determinada ha sido una de las causas de su perversión. Para ser de izquierd había que abrazar un credo. Quien difería de la doctrina aceptada era tránsfuga o reaccionario. De ahí el sectarismo y la intolerancia. Además, si la izquierda se confunde con una doctrina, sólo quienes la interpretan correctamente pueden dirigirla. Hay un único grupo capacitado para señalar el rumbo político: el que detecta la doctrina verdadera. La actitud transformadora de la realidad social se reduce a la adhesión a quienes detectan la doctrina y saben interpretarla.
Confundir la izquierda con una ideología fue, en mi opinión, el gran error del marxismo y aun de la socialdemocracia. Porque el equívoco de la izquierda es identificarla con un sistema de creencias, con una “ideología”. Porque la izquierda no es una teoría en la cual podríamos creer o no; es una elección que tenemos que asumir, la cual lleva a un comportamiento en la sociedad.
La izquierda podrá definirse entonces como la actitud y práctica sociales orientadas por la realización de una sociedad otra, distinta a la existente, la sociedad de denominación actual. Por eso el terreno privilegiado de la izquierda es la oposición de un sistema de dominación constituido. Cuando deja de ser oposición y llega a una situación política en la que puede imponer su propio poder, su gobierno solamente tiene sentido si se ejerce para hacer desaparecer las condiciones y estructuras de dominación. Si acaba ejerciendo, a su vez, otro poder impositivo, si olvida su vocación disidente y establece un nuevo sistema de dominio, se traiciona a sí misma y deja de ser izquierda.
¿No es eso lo que puede explicar el curso que tuvieron las revoluciones? ¿No fue lo que pasó en la revolución francesa con Napoleón, en la soviética con Stalin, en la mexicana con el PRI? Esta caracterización de la izquierda podría definirse negativamente: izquierda es todo comportamiento que contribuya a la dominación de un poder impositivo en la sociedad.
Ahora bien, el sistema de dominación del poder existente es distinto según sean los sectores dominados en la sociedad actual. La actitud contra la dominación tiene que estar motivada por el interés de quienes padecen esa dominación. Estos son todos los sectores que, en una u otra medida, están excluidos de la participación en el sistema de poder dominante.
Para que una actitud contra la dominación pueda desembocar en una práctica social transformadora tiene que asumir el interés de los sectores dominados. Un programa de acción puede calificarse de izquierda en la medida que pueda oponer al poder impositivo el contrapoder de los sectores que padecen la dominación.
Pese a su diversidad, todos los grupos dominados comparten, en distintas medidas, un interés común: justamente liberarse de su estado dominado. A pesar de sus concepciones y necesidades diversas, coinciden en algo: en un proyecto de otra sociedad, emancipada. A todos iguala la misma actitud de disenso contra la situación existente; en distintos discursos, con concepciones diferentes, todos dicen “no” a alguna forma de dominación. Pueden, por lo tanto, unir sus voces y sus manos en un mismo contrapoder. A su movimiento plural lo llamamos “izquierda”.
Esto es algo de lo que podría decir de los valores morales de una posición de izquierda. Tratemos ahora de aplicar esta reflexión al a situación actual en México. ¿Cuál podría ser el camino actual de una izquierda en nuestra situación?
Partamos de la aceptación de un hecho. En la situación internacional actual ninguna revolución parece posible, además de no ser deseable. La mayoría de las revoluciones han fracasado; a menudo lograron su contrario: un régimen autoritario o incluso una dictadura. La democracia en sus diversas formas se ha impuesto. Aunque de hecho no exista plenamente, se presenta al menos como un fin por realizar.
Pero frente al imperio del capitalismo se abre una alternativa: la resistencia, aún más, la oposición. Oposición requiere la colaboración de todos los que sufren la dominación, en alguna u otro forma. En lo internacional se dificulta, sin duda, la coordinación de las naciones que sufren la dominación del capitalismo internacional. Pero hay muchos indicios de que es posible en América Latina. En Cuba la actitud de imperialismo no provocó la democracia sino su contrario: un régimen autoritario proclive a la dictadura.
En los nuevos regímenes establecidos con las recientes elecciones la situación es variable. En Venezuela y en Bolivia podría darse una vía hacia una forma nueva de socialismo que satisficiera las necesidades de los desposeídos, tantas veces aplazadas. Sería, sin duda, una variante del socialismo en nuestra América, con tal de vencer el peligro que acecha al socialismo en esos países: el de caer en su contrario: la dictadura de un partido en el poder. Si lo logra marcaría un hito en la liberación de América Latina. La situación es variable en otros países.
En Brasil, Perú, Ecuador, en Nicaragua, incluso en Argentina, empieza a abrirse en esta región la posibilidad de un frente coordinado de resistencia, con variantes, frente a la dominación de un capitalismo desenfrenado.
¿Y en México? Ante la situación de desigualdad extrema en una mayoría sometida a la pobreza y un puñado de detentadores de la mayor riqueza, el camino de la izquierda no puede ser más que procurar una oposición que pudiera aliviarla. Pero una oposición en una democracia no puede darse solamente mediante un partido político. Todos los partidos políticos tienen una ambición: compartir la tajada de dinero que les otorga el Estado. La burocracia estatal a la que pertenecen los representantes de los partidos, con escandalosos sueldos que se otorgan a sí mismos, constituyen un estrato que rompe cualquier proyecto de avance hacia una igualdad democrática. López Obrador, en su campaña a la presidencia, ya había propugnado por rebajar considerablemente sus sueldos, pero Calderón redujo su propuesta a u mínimo ilusorio. Una democracia en política exige austeridad.
Condición de la justicia es, al menos, iniciar un camino para abatir la desigualdad. Ese camino debe empezar por los propios partidos políticos.
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