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Unclásico de los 70: Goodbye yellow brick road

abc.es
Viernes 31 de Octubre de 2014
 

Fue el año del «Berlin» de Lou Reed, el «Quadrophenia» de The Who y el deslenguado debut de los New York Dolls, sí, pero en la cabeza de Elton John —así, a secas; lo de sir no llegaría hasta 1999— no sonaban más melodías que las de «Candle In The Wind», «Grey Seal» y «Saturdays Night Alright For Fighting», tres de las canciones que marcaría el rumbo del disco que había de convertirle en eminencia del pop aristocrático.

Corría 1973 y, por más que Reginald Kenneth Dwight (Middlesex, 1947) ya había lanzado al mundo seis discos con mayor o menor fortuna y había acariciado la fama con singles como «Rocket Man», «Daniel» y «Crocodrile Rock», al músico británico aún le faltaba un golpe maestro que lo convirtiese en celebridad mundial.

Un álbum capaz de exprimir al máximo todas sus caras y presentarlo como Rey Midas del pop espejado, turista accidental del glam-rock, baladista con pedigrí y, en fin, efectivo arquitecto del rock hecho a piano. Un disco como «Goodbye Yellow Brick Road», desbordante trabajo doble que acabó despachando más de treinta millones de copias en todo mundo y transformó a Elton John en estrella global.


Señas de identidad

El piano travieso, el pop azucarado, los restos de soul blanquecino, los sintetizadores contrahechos, las erupciones de rock and roll acorazado, el barniz disco… Todas sus señas de identidad, todo lo que el británico ha ido modulando y desmadejando hasta llegar al intimista «The Diving Board», su último trabajo, se encuentra en «Goodbye Yellow Brick Road», por lo que no extraña que, cuatro décadas después, el autor de «The Bitch Is Back» siga tirando del hilo de tan señalada onomástica para regresar a esa zona de confort, a sus maravillosos años, y tomar impulso desde de la que muchos consideran su cima creativa.
 
Se pudo ver el pasado mes de julio en Calella de Palafrugell, donde el británico descorchó hasta siete composiciones de aquel álbum y, si nada se tuerce, volverá a verse mañana en Madrid, donde el músico regresa para medirse de nuevo con su pasado.

Y es que, por más que acabe de publicar un nuevo y delicado trabajo con producción a cargo de T-Bone Burnett, el pianista y cantante aprovecha la lujosa reedición de «Goodbye Yellow Brick Road» publicada a principios de año para pasar de puntillas por su presente, dar un rodeo por la almibarada producción de los ochenta y, esta vez sí, exhibir su mejor perfil, el de alquimista de los setenta.

Tan a gusto se siente el músico británico entre las partituras de «Bennie & The Jets» y el boggie espasmódico de «Your Sister Cant Twist (But She Can Rock And Roll) que durante su actuación del pasado verano en Gerona fue capaz de actuar mientras le iban chivando por un auricular los pormenores de los partidos del Mundial de Fútbol.

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