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Un irlandés en la Nueva España

Wikimexico
Domingo 26 de Febrero de 2017
 

Guillén de Lampart era un loco idealista de origen irlandés, nacido en Wexford en 1615; de formación humanística, estudió matemáticas, latín, derecho romano, teología, retórica y filosofía con los aguerridos jesuitas. Además se educó bajo las ideas revolucionarias de su abuelo y su padre, quienes hicieron frente a la invasión inglesa a Irlanda y padecieron la prohibición del catolicismo.

Cuando los ingleses invadieron Irlanda, Guillén se encontraba estudiando en Londres, y de inmediato denunció el atentado que sufrían sus compatriotas, lo cual le costó que lo condenaran a muerte, pero logró huir a España para terminar sus estudios. Por su buen talante, su facilidad para la palabra y las simpatías que despertaba se acercó a la corte y desde ahí intentó ayudar a los rebeldes irlandeses que pretendían lograr el apoyo de la corona española para combatir a los ingleses. A España y a Irlanda los unía el catolicismo.

A pesar de sus esfuerzos, Lampart no logró nada. Sin embargo, es posible que durante sus años en España llegaran a sus oídos decenas de historias de las posesiones que la corona española tenía en América, de las circunstancias en que vivían los americanos; de lo que había sido el proceso de conquista.

Luego de varias reflexiones pensó ¿por qué no liberar a la Nueva España? Y así, el idealismo libertario y revolucionario volvió a brotar en Guillén de Lampart, quien en 1640 viajó a la Nueva España infiltrado entre la servidumbre del nuevo virrey, el marqués de Villena.

Cuando llegó a México, Guillén contaba con 25 años de edad; era un joven carismático, bien parecido, alto, con cierta sofisticación remarcada por el dominio de varios idiomas –español, inglés, italiano, alemán-, y una vasta cultura. Su porte inspiraba respeto y confianza, además de que le rompió el corazón a más de una dama novohispana. Tenía clase y educación, nadie hubiera dudado de sus dichos.

Durante dos años, Guillén se dedicó a tender relaciones, a conocer la vida cotidiana de los novohispanos, a tratar de comprender cómo eran, qué pensaban, cuáles eran sus debilidades; analizó las intrigas de la corte, las relaciones de poder y se acercó a las autoridades civiles y religiosas, mientras fraguaba un plan para emancipar a la Nueva España poniéndose a la cabeza del reino.

La oportunidad se presentó cuando el virrey don Juan de Palafox y Mendoza se retiró del cargo en 1642; aprovechó el lapso en que llegaban las noticias de España con el nuevo nombramiento, para falsificar una serie de documentos y establecer que él había sido designado como nuevo virrey. La farsa no tardó en descubrirse, el irlandés fue aprehendido, conducido a las cárceles de la inquisición y entre los papeles que le confiscaron, se le encontró la justificación para liberar a la Nueva España.

Pero Lampart tenía algunas otras ideas, un poco más revolucionarias, como lograr que algunos países como Irlanda, Portugal, Holanda, Francia, entre otros, reconocieran la independencia de la Nueva España; liberar a los esclavos, recompensas a españoles y criollos que apoyaran la lucha. Quizás en otro momento y bajo otras circunstancias, el idealismo de Guillén de Lampart hubiera tenido éxito, pero en 1642, no.

Como era de esperarse, el irlandés fue juzgado por la Inquisición y se le formaron dos causas: una de fe y otra de infidencia. Además le colgaron otros milagritos: sedición, hechicería, y hasta de pactar con el Diablo calvinista –se le acusó de “apóstata y sectario de Calvino”. El futuro de Lampart se tornaba tan sombrío como las oscuras calles novohispanas.

“Esta noche es Noche Buena

Después de ocho años de cautiverio, en la Noche Buena de 1650, Lampart rompió “diferentes rejas de fierro” de las cárceles de La Perpetua y escapó. El documento que dejó aquella noche en Palacio para que le entregaran al virrey, era una amplia acusación en contra de los inquisidores.

Sabía que aquel escrito era su sentencia de muerte si volvía a caer en manos de la inquisición, pero aún así, tomó el riesgo. El idealismo, su romanticismo revolucionario, su ánimo libertario que nunca menguó durante su largo cautiverio, le impidieron tomar la decisión de huir y perderse para siempre.

Guillén no tenía prisa por abandonar la ciudad, y durante las horas siguientes a su fuga, fijó “edictos o libelos infamatorios contra los inquisidores y el señor arzobispo” —según refiere Gregorio M. de Guijo en su Diario—, los cuales hicieron trinar a las autoridades que amenazaron con excomulgar incluso a quienes los leyeran, supiesen de ellos o los exhibieran.

Las autoridades civiles y religiosas, pero sobre todo, los nada honorables miembros de la inquisición amanecieron en Navidad con un amargo sabor de boca, y con un deseo de venganza y de ver a Lampart ardiendo a fuego lento en las llamas del infierno, que hubiera ofendido hasta a la Sagrada Familia. Y con el ánimo navideño que imbuía sus corazones utilizaron todos los recursos de que disponían para capturar a Lampart a como diera lugar.

Para evitar que la fuga del irlandés fuera definitiva, el tribunal solicitó de inmediato cualquier información y dio a conocer “las señas de su rostro, cuerpo y talle y la edad”. No habían pasado 48 horas desde la fuga cuando se presentó un vecino de la calle de Donceles para denunciar que don Guillén se encontraba escondido en su casa, diciendo que huía por un asunto de faldas. De inmediato fue aprehendido y conducido de nuevo a las cárceles del Santo Oficio.

La Inquisición lo condenó a la hoguera, pero se tomó su tiempo, mucho tiempo, para ejecutarlo. Don Guillén estuvo preso nueve años más, en las mazmorras del Santo Oficio, humillado, vejado, sin posibilidad del perdón, y quizás, hasta sin posibilidad de redención pues había sido condenado por delitos contra la fe.

Para el 18 de noviembre de 1659, fecha destinada para su ejecución, Lampart ya llevaba 17 años preso. Curiosamente, la muerte ya no era un castigo, representaba su liberación. En su Diario, Gregorio M. de Guijo, describió el día en que fue sacado de la cárcel para ser ejecutado junto con otros reos:

“...tras ellos empezaron luego a salir los penitenciados, que fueron en número treinta y dos, y entre ellos negros y negras que habían renegado, y dos mulatas hechiceras... y luego se siguieron ocho hombres... para ser quemados, y entre ellos don Guillén de Lombardo (Lampart), que había diez y siete años que estaba preso...”

 

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