Llegué como a muchos hogares, con ganas de vender porque en mi casa las necesidades no terminan: ropa para mis hij@s (dos), renta, luz, agua, internet y un montón de pagos que nunca salen del todo. Entonces como se dice siempre ando tras las chuleta. Yo vendo filtros y repuestos para agua. Además de calentadores solares y todo aquello que pueda vender. Algunos clientes me huyen porque hablo mucho, pero ellos no saben que hablo en relación directa a mi necesidad. Ahora en tiempos de coronavirus mi labor se ha hecho más peligrosa.
Toqué la puerta de madera y sentí por el mirador un ojo observándome. Como siempre me peino para cualquier problema. Esta vez lo hice dos veces. La puerta se abrió y una voz cavernosa me ordenó: pase con cuidado si trae tapabocas. No lo traía puesto, así que lo saqué de mi bolsa trasera y me lo puse: debo reconocer, un poco chueco. El señor traía una mascarilla de esas de minero y encima un mica. Y en la mano derecha de forma amenazadora un frasco con atomizador. Ordenó: ¡hínquese!. Me empecé a reír, pensé que era una broma. Hínquese!, gritó esta vez, y sin poder oponerme se me cayeron los filtros. Pensé lo peor, tal vez era un violador. Con su atomizador me empezó a “desinfectar” el pelo, las axilas, el pecho, el sexo. La siguiente orden fue acuéstese en el suelo sin bajar las manos. En el piso me roció la parte trasera y los zapatos. Sólo esperaba el “bájese los pantalones” ¿Cuánto tiempo se va a tardar en cambiar los filtros? No sé, unos veinte minutos. No toque nada y pase con cuidado. Póngase los guantes y toque sólo el filtro. Ya para entonces me daban ganas de orinar e irme. Me aguanté por obvias razones. Le pregunté ¿puedo recoger el filtro y mis herramientas.? Su mirada casi sin parpadeo me desnudó varias veces y asintió. Siempre apuntándome con el atomizador.
Entré a la cocina, cambié los filtros lo más rápido posible y le cobré cincuenta pesos más por el maltrato a la dignidad. Sacó los billetes de una bolsa con olor a cloro y me puso el dinero sobre la mesa. Se sentó en la sala y sin esperar a que saliera empezó a rociar de desinfectante por donde imaginó que o había pisado. No le dije adiós, sólo alcancé a oír “ya bajen, pero no olviden su cubrebocas”.
Llegué al auto. Tomé el desinfectante de la cajuelita y rocié el volante, me puse en las manos, en los pies, en el cubrebocas que puede filtrar el 95% de partículas y me fui en chinga a mi casa.