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Miedo en el ring

Sergio Anaya
Miércoles 25 de Abril de 2007
 
¿Tienen miedo los boxeadores? ¿Qué les hace subirse a un ring a darse de golpes con otro hasta que uno de los dos quede herido, sangrando, dañado en cerebro, hígado y riñones?

Estas preguntas nos hacemos la gente común que no entendemos los mecanismos sicológicos del boxeador.

Y la respuesta invariablemente alude a la necesidad de ganar dinero, fama, ser reconocido y salir de la miseria en la que han crecido la mayoría de los boxeadores. Pero esa respuesta no es suficiente, hay que ir más al fondo para entender el miedo de un boxeador.

Ricardo Finito López nos habla de ese miedo:
“Hay un miedo tremendo: miedo a quedar mal con el público, a no responder, a quedar mal con la familia, a quedar mal con la prensa, a quedar mal con uno mismo, pero no miedo al rival. Los dos boxeadores suben y tienen que tirar golpes, aunque no lo hacen para dañar al rival, sino porque es el medio para obtener la victoria”.

Y junto al miedo, la soledad:
“Vi la soledad que llegué a experimentar, porque hay una soledad tremenda en el ring. El boxeador está solo. Cuando gana todos ganan con él, pero cuando pierde, pierde solo”.

La ley de la vida sube al ring: Cuando ganas todos están contigo; cuando pierdes, están solo.

Sobre el estilo:
“El peleador sale a dar golpes. No le importa los que reciba, pero él tira los suyos. También está el boxeador danzante, el que boxea a la distancia, el que no se deja pegar, el que es esgrimista y le gusta hacer del boxeo un arte. Yo era de ese estilo”, afirma el Finito.

Pocas veces conoceremos revelaciones como éstas que hizo Ricardo López al periódico Milenio. La gran mayoría de los boxeadores seguirán por el camino silencioso que recorren desde que son jóvenes prometedores, ídolos de sus amigos, dos o tres triunfos importantes, y la decadencia en plena juventud, cuando todos los rivales les pegan a placer.

Pero hasta en eso hay una compensación. Cuántos peleadores no han querido terminar su carrera convirtiéndose en una leyenda al estilo del Chango Casanova, Rubén Olivares, o, más reciente, de Julio César Chávez. Golpeados, sin dinero, perdiendo estrepitosamente sus últimas batallas, pero ídolos al fin y al cabo.

Así es el box, deporte (¿?) bestial, pero que apasiona a las mayorías. Es el deporte con el que más nos identificamos los mexicanos.
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