Calzado deportivo: ¿Un nuevo ídolo?
Jorge Alfonso
Miércoles 11 de Abril de 2007
Desde la remota Antigüedad, siempre se creyó que las sandalias, los zapatos o las botas eran suficientes para cubrir los pies.
Por ello, en la práctica inicial del deporte, los cambios de esos modelos convencionales fueron considerados ofensas a las costumbres imperantes.
Ahora bien, ¿cuándo quedó marcado el comienzo de la era de las zapatillas deportivas?
Antes de señalar con exactitud dicho momento, resulta interesante citar los antecedentes establecidos a partir del 1823, cuando los estudiantes del londinense colegio rugby dedicaban buen tiempo a una nueva modalidad del fútbol.
Ellos colocaban tiras de cuero en forma transversal en los botines, con marcada intención de buscar un apoyo más firme en el suelo húmedo y una mayor tracción de cada pie en el despegue para la carrera.
Esos dos principios básicos fueron seguidos por el estadounidense William B. Curtis, empecinado corredor de largas distancias, para superar las dificultades que representaban los arenosos caminos.
Curtis desechó las habituales tiras de cuero y puso clavos a las suelas de los zapatos, pero como la innovación la realizó de forma rudimentaria pagó en carne propia la osadía, porque las cabezas de los clavos se hundieron en las plantas de los pies.
En la actualidad, son utilizados distintos zapatos deportivos en cada disciplina y, en ocasiones, para cada especialidad dentro de un deporte determinado.
Por ejemplo, en el atletismo las zapatillas de los velocistas llevan clavos o pinchos de mayor longitud que en las de los mediofondistas
De igual manera, los corredores de fondo prefieren dejar a un lado los clavos y se desplazan con zapatos de suelas de goma o materiales plásticos.
Aquí podría mencionar la asombrosa hazaña protagonizada por el etíope Abebe Bikila, quien en la carrera de maratón de los Juegos Olímpicos de Roma, Italia (1960), corrió descalzo la distancia de 42, 195 kilómetros.
Cuatro años después, ya en Tokío, Japón (1964), volvió a liderar la prueba, aunque en esta segunda oportunidad lo hizo con unos zapatos de goma.
En las propias pruebas de campo y pista podemos observar que los lanzadores de disco y el martillo llevan zapatos especiales, los cuales contribuyen a un mejor apoyo y control de la estabilidad, sobre todo después de los envíos, para evitar salirse del círculo.
También los lanzadores de jabalina llevan calzado con clavos más largos en los talones que en la parte delantera, pues ello les permite frenar en una fracción de segundo antes de realizar el lanzamiento y posibilita no pasar la línea límite establecida.
Mientras tanto, los saltadores de altura prefieren zapatillas con clavos de diferentes longitudes en cada pie, porque así consiguen un mayor impulso en el instante del despegue.
Las modalidades del fútbol (balompié y rugby) introdujeron zapatos especiales y algo similar sucede con los jugadores de baloncesto y sus botines altos, cuyas particularidades demostraron una reducción significativa en las torceduras de los tobillos.
Dentro del béisbol fueron impuestas modificaciones, todas derivadas de la necesidad de ejecutar complejas evoluciones: atrapar la bola en movimiento, pivotear, correr las bases y deslizarse.
Tal situación provocó la inserción de los spikes, es decir, los tres salientes de metal en forma de barra que se entierran y permite las referidas acciones y muchas otras propias del juego.
La construcción de pistas y diversos escenarios con pisos de materiales sintéticos trajeron consigo nuevos cambios estructurales en los zapatos, lógica razón para que los fabricantes aprovecharan la oportunidad e hicieran su propia revolución industrial.
Desde hace mucho tiempo, el calzado deportivo dejó de ser la simple bota o la zapatilla y se convirtió en el aliado inseparable de nuestra existencia, sea ésta deportiva o no.
Paso a paso, el nuevo ídolo se adueñó de los pies de todos los habitantes de la Tierra y no dude, amigo lector, que algún día lleguemos a celebrar la fiesta universal del cómodo implemento.