Enfrenté el diamante como la joya más entretenida que me diera Dios; sólo una pelota me cortó el rostro, y aquí estoy, en la recta que abre otros caminos. Uniformes y trofeos son el museo de esta vida, y no existe jubilación, los estadios son la sangre que alimenta al pelotero, aún después del retiro.
La triple corona es parte de la historia donde mi firma llevó la delantera, ese año, mis cuatro ases no tuvieron rival.
¿Quién levantará mis huellas? Tres mil inings hablan por mí, en un mundo donde los números toman sentido, quiero decir doscientas victorias, unas buenas, y otras mejores sostuvieron la adrenalina de mi aguante.
Mi camisa en una barda puede significar permanencia, sin embargo, nada más cálido que sus aplausos, estos quedan en mis huesos, y… ¡Me los llevo yo! Si bien, los zapatos no se rinden transportándome a donde existe una pelota, donde se ilusiona un aprendiz con una curva y un bat, donde la música de Parques que ofrece una canción azul para cada jugador en invierno y primavera.
Aún niños; recuerdo que, algunos anclamos con una mochila de voluntades, cumpliendo con la disciplina para alcanzar una victoria. Porque lo importante nunca fue ganar, ¿verdad? Ganar… ¡Siempre será lo único!
Y aquí sigo… Strike o bola, lucha entera sea cual fuere el home plate de mi fortuna, donde sólo jugué con la moneda de este suelo.
En las manos; cada oración fue ganancia transparente que bien pagó un boleto, hice la tarea en cada loma y el licor jamás fue primero al juego de mi biografía.
La mente tiene uno a uno los públicos que siempre estuvieron en el bolsillo llevando mi nombre fuera del pasto, y un guante siniestro, fue el pasaporte a una liga profesional.
De mano de mi padre Tomás abordé el autobús que me trajo a esta avenida, la arteria donde los campos nunca duermen.
Tengo una deuda con el Creador por darme un brazo zurdo que ha desafiado temporadas y elaboró en mí, un atleta de pelea, con mis hijos Gabriela, Luis Mercedes y mi esposa Elia, tres gitanos que estuvieron conmigo subiendo y bajando el piano de mi pelota beisbolera, una familia de guerreros que alegró siempre los soles de mi reloj.
Mi madre, hermanos, tíos, y primos que han seguido mi huella todos estos años, amigos que hoy sobornan a San Pedro, y los que todavía comparten la arena conmigo.
Directivos que apostaron y que aún se aventuran por mí, Medios de Comunicación donde un narrador exageró siempre mis éxitos, dándole un tinte soberbio a mis juegos. Yucatecos, mis queridos Yucatecos, nuestra comunión se hizo con achiote y fríjol con puerco en el manual del Kukulkán.
Eternamente, en los caminos que marcó esta profesión, ustedes son carne pura, mano que no abandona, y están conmigo como una lágrima que nunca termina de salir.
El Pacifico con sus Urbes beisboleras, junto con todas las ciudades de la Liga Mexicana, fueron lecho de cada día, sopa bendita que avivó este cuerpo, y no sabría irle a otra plaza, en todas descargué risa y sinsabores y en cada ciudad se alargó un arco iris mágico, donde los descalabros fueron glorias de un diario y los triunfos… ¡Un aro de brillantes para mi corazón!
Dos vidas no son suficientes para reembolsarle a mis seguidores, la fidelidad al ritmo de mis pies beisboleros. Con la camisa de los Tuneros dejé tranquilo el montículo, lo hecho es polvo transitado.
Por todo esto: ¡Señores, Muchas Gracias! ¡Respetable Afición de México!