Hablando de su majestad el Rey:
Imposible no evocar este martes 16 de agosto la memoria del Bambino de Oro, icono del béisbol universal; Babe Ruth, hasta hoy la más grande figura en la historia del béisbol.
Un símbolo de la fuerza del jonrón; una imagen combinada, primero investido de Red Sox y luego de Yankee de Nueva York.
De ser un notable lanzador y bateador con Boston entre 1914 y 1919, a su arribo en 1920 a los Yankees de Nueva York, impactaría por su impresionante poder al bat para empezar a escribir una historia que lo hizo ídolo de ídolos en todo el deporte rey.
Y hasta la fecha.
Cáncer en su garganta….
Fue en 1946 cuando le diagnosticaron cáncer en la garganta (tabaco, la causa) y pasó varios meses en el hospital. Curiosamente, el Babe nunca se quejaba de algún dolor o enfermedad.
Pero esa vez hablaba de tener un dolor de cabeza un día tras otro y su voz se oía muy rasposa, ronca.
El 10 de agosto de aquel año llego de noche a su hogar, se fue a su cama y llamó al doctor. Los dolores le seguían, pero mantenía su rutina normal; se levantaba a las ocho de la mañana, desayunaba y se iba a jugar golf, boliche, pescar o se reunía con un grupo de jóvenes.
En esos días, solía decir: “Cualquier cosa que sea, no me va a liquidar”.
Sin embargo, la enfermedad avanzó y el 6 de enero del 47 los doctores decidieron operarlo, extirpándole el nervio que conduce la sensación de dolor al cerebro.
Volvió a casa el 15 de febrero ya que la cirugía resultó exitosa y en ese verano aumentó 42 libras de peso.
Durante dos años, al Babe los Yankees le rindieran diversos homenajes, declarando el 27 de abril como “El Día de Babe Ruth” y luego también retiraron su No. 3.
Era 1948 y 13 de junio, un día con mucha lluvia, cuando el Babe se puso su viejo informe de rayas para asistir al Yankee Stadium y ser homenajeado con el retiro de su eterno número.
Ya estaba muy enfermo y la emoción le brotaba a raudales. Expresó unas palabras que casi no se escucharon; su voz estaba muy apagada.
“Me voy hacia el Valle…”
Claire Ruth contó en esos días que su amado esposo, la noche del 15 de agosto, le dio las buenas noches, le besó rápidamente y le dijo: “No vengas mañana al hospital porque no estaré aquí”.
Al día siguiente, Ruth estaba muriendo.
A las 6:45, el Babe columpió sus piernas sobre la cama; se levantó y cruzó la recámara. El médico y las enfermeras que lo regresaron a su aposento, le preguntaron: ¿A dónde vas Babe? Y respondió: “Me voy hacia el Valle”.
Fueron sus últimas palabras. Entró en coma profundo…y partió, tranquilo. Cuando corrió la noticia, hasta los extraños al béisbol sintieron tristeza.
Ruth, a su estilo, con todo y la gravedad encima y sin dejar su sonrisa tenía la ocurrencia de decir “Si pudiera escoger el día de mi muerte, me decidiría por un lunes para que mis amigos no vean perjudicados su fin de semana”.
Nadie olvida aquella anécdota y frase de cuando pasó a mejor vida:
Fue el 16 de agosto de 1948 cuando George Herman, “Babe” Ruth, moría a sus 53 años de edad y el mundo quedaba impactado al enterarse de su muerte.
Eran las 8.01 de la noche cuando se anunció en Nueva York su triste y lamentable deceso, con todo el mundo del béisbol llorando su viaje a la eternidad.
El siempre sonriente gigantón y poderoso bateador llenaba de luto a todos y en especial, al beisbol.
En la Urbe de Hierro hacía un calor insoportable y al momento de su funeral, sus compañeros del 27, Joe Dugan y Waite Hoyt, estuvieron presentes. De pronto, Joe expresó: “Dios mío, cómo se me antoja una cerveza”. Y Hoyt respondió: "También al Babe se le antojaría".
Hubo otras frases que han quedado grabadas para siempre:
Wayte Hoyt, expresó: “Todo pelotero de las Grandes Ligas debería enseñarle a sus hijos a rezar: Dios bendiga a mi papá, Dios bendiga a mi mamá, Dios bendiga a Babe Ruth".
También está la de Joe Dugan: “Para entenderlo, primero había que comprender algo: él no era humano”.
Sus funerales
Fue el 18 de agosto de aquel año cuando el cuerpo de Ruth fue trasladado en sobrio féretro al Yankee para recibir sensible homenaje póstumo.
Ahí, miles y miles de aficionados despidieron y dieron el pésame y condolencias a su viuda, la actriz Claire Hodgson y dos hijas adoptivas, para luego acompañarlas en la Catedral de San Patricio donde ofició la misa el cardenal Francis Spellman.
El equipo Yankee dirigido entonces por Buck Harris, estuvo presente, lo mismo que sus ex compañeros de años gloriosos y prominentes personajes del mundo oficial y de los negocios tanto de Nueva York como de Washington, Boston, Baltimore y otras ciudades y pueblos.
Nadie olvida cuando el Bambino decía antes de morir “Todavía creo que vamos a ganar una vez más” y por eso The New York Daily News tituló “Se fue aún siendo fiel a los Yankees”.
En ese 48 los Indios con Beto Avila, Satchel Paige y el timón-short Lou Budreau, serían los campeones arriba de Boston y NY.
En los honores póstumos también hicieron acto de presencia el gobernador Dewey de Nueva York y el alcalde de la ciudad, William O´Dwyer, así como los propietarios y gerentes de los clubes de las Ligas Mayores… y en general todos los elementos sociales y deportivos de ese entonces.
También miles de telegramas volaron desde diferentes partes del mundo como expresión de duelo por la desaparición de Babe Ruth, incluyendo un sin fin de demostraciones de condolencias personales.
Era tan profunda la idolatría hacia el hombre leyenda que en “La Casa que Ruth Construyó”, más de cien mil aficionados le rindieron póstumo homenaje, un momento triste e inolvidable…
Se iba el Babe, nombrado el Mejor Pelotero del Siglo 20, sobre Willie Mays, Hank Aaron, Ted Williams, Ty Cobb, Joe DiMaggio, Walter Johnson, Lou Gehrig, Jackie Robinson y Honus Wagner.
Entró a Cooperstown
Claro, luego de su retiro del béisbol activo en 1935, no tardó mucho en ser de los pioneros en ingresar al Salón de la Fama (1936) en Cooperstown junto con los primeros héroes del béisbol: Ty Cobb, Honus Wagner, Christy Mathewson y Walter Johnson.
Sus enormes estadística tras 22 temporadas, lo decían todo al retirarse con sus 714 obuses, la gran marca por mucho tiempo; con .342 de promedio de bateo y .690 de slugging; doce títulos de jonrones; sus promedios de bateo 10 veces arriba de .340, siendo .393 el más alto en 1923.
Se acreditó once temporadas de más de 40 cuadrangulares, incluyendo cuatro de más de 50 y un promedio de 46 jonrones por año de 1920 a 1933. En 13 ocasiones impulsó más de 100 carreras, incluyendo un promedio de 151 de carreras producidas de 1926 a 1932.
En 1927 apantalló con 60 cuadrangulares, cifra nunca antes vista en un jugador en la misma temporada; el record duraría 34 años ya que Roger Maris, en 1961 pegaría uno más, en el último partido de la temporada jugando también para los Yankees de NY.
Por cierto, luego de 30 años, el Comisionado Bowie Kuhn eliminaría ese asterisco y validara el récord Maris como la “marca de jonrones en una temporada de Grandes Ligas”.
Ese récord, recordemos, ya en la Era Esteroides, la superó Mark McGwire, de los Cardenales de San Luis, en la campaña de 1998, con 70. Posteriormente, en 2001, por Barry Bonds, de los Gigantes de San Francisco, con 73, ambos jugadores de la Liga Nacional. Esto nos dice que Maris aún tiene el récord de la Liga Americana.