De nuevo se comunica desde Venezuela el colega Ricardo Emilio Quero y verá qué clase de temática nos comparte:
Licenciado Jesús Alberto Rubio: Mi más cordial saludo en este sábado lleno de expectativas en el beisbol mayor. Aprovecho asimismo para enviarle unos apuntes surgidos de una reminiscencia por la época de transición de la transmisión radial a la televisiva en el clásico de otoño.
En estos últimos días, cuando las alegrías y tristezas se reparten de manera equitativa entre la fanaticada de las Grandes Ligas con motivo de las series de campeonatos, han acudido a mi memoria lejanas impresiones de los años 60 del siglo pasado, cuando al aficionado venezolano le era dado disfrutar de un juego de estrellas o de una Serie Mundial en vivo sólo a través de la radio.
Era sin duda aquél un mundo arcaico visto a la luz de los tele espectadores de hoy día, pero que sin duda para el oyente de aquel tiempo significaba prácticamente estar presenciando el juego como si estuviese en el estadio. Y esto era posible gracias a un factor determinante: la magia que ponían en sus narraciones los locutores encargados de llevar las incidencias del partido.
Quien dude de esta afirmación es porque nunca escuchó un encuentro de beisbol en las voces de Buck Canel, Lalo Orvañanos, Felo Ramírez o “Musiú” de La Cavalerie, por citar a los que mi memoria recuerda.
Era la época en que las últimas estrellas contemporáneas con la Segunda Guerra Mundial, como Ted Williams, Stan Musial, Bob Feller, Robin Roberts, Warren Spahn, Don Newcombe, Duke Snider… han dado paso a sus sucesores de la década de los 50 —Willie Mays, Frank Robinson, Mickey Mantle, Hank Aaron, Eddie Mathews, Harmon Killebrew, Al Kaline, Whitey Ford, Brooks Robinson, Ernie Banks, Billy Williams, Sandy Koufax, Don Drysdale…—; así como también el tiempo en que los peloteros de habla hispana han consolidado su posición como luminarias en el campo de juego.
Basta sólo con citar los nombres de Orestes Miñoso, Camilo Pascual, Roberto Clemente, Beto Ávila, Alfonso Carrasquel, Luis Aparicio, Juan Marichal, Octavio “Cookie” Rojas, Mike Cuellar, Orlando Cepeda y Tony Oliva.
Con respecto a Venezuela, es pertinente señalar que al día siguiente podía disfrutarse del partido en pantalla en blanco y negro y en menos tiempo del real porque se aligeraba la transmisión eliminando algunos lanzamientos.
El patrocinante de estos eventos era la Cabalgata Deportiva Gillette, cuyo lema de identificación, si no me falla la memoria, era una campanada semejante a la usada en el boxeo para indicar el inicio y culminación de cada round. Cuando el tañido de esta campana dejábase escuchar disponíase mentalmente el aficionado a gozar a plenitud de un candente partido.
Los narradores turnábanse sucesivamente durante tres innings, y con su maestría y sapiencia ubicaban al oyente prácticamente en el campo de juego. Y el pensamiento de éste comenzaba a volar y a imaginarse cómodamente sentado en uno de aquellos majestuosos estadios que para muchos debían ser comparables con una de las maravillas del mundo, máxime si el evento era en el Yankee Stadium.
Y hablando de estos escenarios, siempre acude a mi memoria el recuerdo de aquel partido que se efectuaba en Los Ángeles —sin duda en la Serie Mundial de 1965 ó 1966— cuando un batazo de foul aterrizó muy cerca del lugar donde se hallaba sentado el actor David Janssen, protagonista de una de las series de televisión más famosas de aquel entonces, El Fugitivo, y quien para la mayoría de los muchachos de aquel entonces era un verdadero ídolo. En el pensamiento de muchos debió surgir la idea de que era una buena oportunidad para el teniente Gerald de poner fin a sus andanzas.
En las añoranzas de muchos de los que fueron receptores de aquellas emisiones de seguro ha quedado grabado aquel “No se vayan, que esto se pone bueno” de Buck Canell; así como el expresivo “¡Le tiró!”, que solía utilizar Felo Ramírez cuando un bateador abanicaba la brisa.
Otra de las características que daba un toque especial a estos eventos eran las amenas y expresivas anécdotas que se ofrecían al público, para deleite de éste.
Era como estar reviviendo la célebre atrapada de Sandy Amorós en el clásico de octubre de 1955; el juego perfecto de Don Larsen en 1956 o el dramático cuadrangular de Bill Mazeroski en 1960. ¡Qué no habría visto Buck Canel, por ejemplo, si según se afirma narró su primera Serie Mundial en 1936! De ser así es probable que hubiese augurado un futuro promisor a aquel muchacho llamado Joe DiMaggio.
Sin embargo, el inexorable avance de la tecnología se encargaría de poner punto final a esa era. En 1965 sería puesto en órbita El Pájaro Madrugador, el satélite encargado para las transmisiones de televisión en directo. En 1969, por ejemplo, la llegada del hombre a la luna sería visto en vivo en Venezuela.
En 1979 la televisión a color comenzaría a ser conocida en los hogares de nuestro país. Pero no obstante esto estoy seguro que para muchos de aquellos que la vivieron, esa época está asociada a momentos inolvidables e inspiradores de sueños; sueños que algunos afortunados, o tenaces, transformarían luego en una realidad…