El Mundial de Brasil ha traído un aire fresco al futbol, deporte muchas veces dominado por juego sucio, dirigentes corruptos, manejo político y excesivo comercialismo.
Cuando empiezan a definirse calificados y eliminados, lo más destacado de la Copa en la tierra del jogo bonito es lo que podría llamarse la revolución de los pequeños, un futbol ofensivo y tribunas llenas.
El balompié está recobrando su aire democrático, por eso se festejan tanto los triunfos de Costa Rica sobre Italia y Uruguay y de Chile sobre España, por ejemplo. Son de esos resultados que rompen las quinielas y que demuestra que los llamados conocedores tienen menos oportunidad de atinarle a un marcador que el desaparecido pulpo Paul o la actual tortuga Cabecao.
Que en el futbol David pueda vencer a Goliat es algo que ilusiona a los millones de fanáticos que acuden a los estadios o que se pegan a un televisor... hasta que las potencias ponen al mundo en orden y se reparten entre ellas los grandes títulos.
Mientras eso sucede, los de este lado del mundo expresamos un orgulloso “América para los americanos” y nos congratulamos que en estos Días de gracia –en el que se supone gozamos de una menor criminalidad gracias al rodar de una pelota-, los equipos que están ganando sean esos que buscan la portería rival... o que tienen la suerte de contar con Messi o Neymar.
Rumbo al trascendental ante Croacia, la FIFA reconoció a Héctor Herrera, un mediocampista que no tuvo muchas oportunidades al principio de su carrera y pensó en dedicarse a otra cosa, pero en Brasil es fundamental en funcionamiento del Tri y cosecha aplausos propios y ajenos.
Oribe Peralta es otro caso similar. El Cepillo anduvo errante de un equipo a otro porque siempre contrataban algún centrodelantero foráneo y a él lo dejaban en la banca o lo mandaban a otro lado.
Herrera y Peralta se mantuvieron en el futbol pese a remar contra los intereses de los directivos, esos mismos que ahora les aplauden y esperan que ambos sean fundamentales para conseguir el anhelado pase a octavos.