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Lunes 25 de Nov de 2024
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Will Rodríguez

Will Rodríguez
Domingo 01 de Abril de 2007
 
Andrés extraña la comodidad de la cama, el edredón azul y caricias en el cráneo. Falta poco, piensa mientras asciende por la carretera cercana al volcán, rumbo a la gran urbe. Amanece, pero la angosta carretera coronada de coníferas y la densa niebla impiden que el sol ilumine el recorrido. Con prudencia ante los barrancos, el automóvil mantiene las luces altas y la calefacción: la visibilidad no supera los cinco metros y el invierno entumece manos y rostro. En un brevísimo descuido al revisar si el radio capta alguna estación de música, Andrés se encuentra con la parte posterior de un camión de carga, sin luces, y al intentar esquivarlo da violentos giros que lo hacen salir de la carretera y tomar sin control un angosto camino escoltado por oyameles. Baja la velocidad para digerir el peligro y, una vez normalizado el ritmo de su respiración, acelera de nuevo con la esperanza de retomar la carretera principal. La niebla desaparece y el camino se torna caluroso, despejado, cediendo la escolta de pinos a una esplendidez de mangles y palmeras. Andrés, con varias gotas de sudor en la frente, apaga las luces y la calefacción; baja la ventanilla y una brisa reconfortante inunda el interior del automóvil y de sus pulmones. La radio entona una cumbia pegajosa. Llega a un pueblo caliente y soleado, de tierra baja y marismas. A y cerveza bien fría; sale del automóvil y estira brazos y piernas. Una joven caderona y de cabello largo se acerca para brindarle hospitalidad: no me han traído el camarón, pero tengo un caldo de robalo delicioso; hay cerveza de lata y de botella, ¿de cuál quiere? Andrés, indeciso, permite que la mujer escoja mientras él se acomoda en una silla plegable y una mesa de aluminio pintada de rojo y blanco ajedrez. ¿Cómo se llama este pueblo?, pregunta a la anfitriona. Atasta, responde ella antes de echarle una moneda a la rockola y dirigirse a la cocina. Él cierra los ojos para aspirar el humeante olor del caldo de robalo; se quita la camisa y, distendido, tararea una cumbia pegajosa.los costados, la vegetación tropical comparte el espacio con chozas, aves estuarinas y gente con poca ropa. Se estaciona junto a una vivienda que anuncia pescado fresco
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