Presentan su libro Hanami en Viena
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Lunes 03 de Septiembre de 2007
Hanami: mirar caer las flores desde México
Por Luis Felipe Lomelí
Mirar un cerezo en flor es maravilloso. Mirar caer sus flores es una fiesta en Japón, es hanami. ¿Y cómo puede un extranjero mirar aquello? ¿Con qué ojos y qué prejuicios se mira lo extraño?
Llama la atención que un hombre se ponga a hablar del mundo entero si nunca ha salido de su pueblo y, además, que le hagan caso. Porque lo verdaderamente asombroso es, como mencionara Wole Soyinka en su discurso de recepción del Premio Nóbel, que sea tan poca gente la que apunta que el discurso de Kant –como de otros similares—esté construido sobre un conjunto de clichés racistas, clasistas, machistas, etcétera: un hombre de su tiempo y su minúsculo lugar.
En el extremo opuesto se tiene la imagen y la visión del viajero: von Humboldt, el capitán Cook o John Muir. En estos casos también hay una serie de clichés pero, a diferencia del anterior donde todo lo ajeno es miserable, aquí todo lo extraño es maravilloso y enteramente diferente a todo lo conocido.
Es el país de la fantasía. Aquí se construyen leyendas sobre leyendas y aún los oceanistas de hoy discuten si los hawaianos confundieron o no al capitán Cook con el dios Lono –como a Hernán Cortés con Quetzalcóatl--, y luego lo mataron.
Aquí se exaltan los valores que el viajero quiere y cree encontrar en los otros y entonces hay polinesios feministas, indígenas ecologistas y demás seres mitológicos que no existen más que en el deseo y la imaginación del viajero.
Desde Occidente, Japón ha sido visto por lo general desde el segundo caso, el de la fantasía. Los ejemplos son muchos, están Roland Barthes, la Seda de Alessandro Barico o la obra de Mario Bellatín. Aquí, por más bellamente narrados que estén –como lo están--, sucede que uno como lector no puede sentirse parte de “los otros”, uno sigue viendo todo como extranjero, como el extraño de John Muir en Alaska, o los marineros de Conrad y London que terminan por ser viajeros eternos que no pueden vivir en tierra firme.
Y esto es, precisamente, lo que a mi juicio es el principal acierto de Hanami de Cristina Rascón. Mientras uno va leyendo sus cuentos se va encontrando un mundo que es cercano. Los personajes pueden ser de Corea, Japón, Brasil, México o lo que se quiera, pero se parecen a nosotros, son como nuestros amigos de la infancia, nuestros primos, se trata de nuestro trabajo y nuestra vida.
Uno es el otro.
Para Nadine Gordimer, Amos Oz o Harold Pinter, de eso se trata la literatura: de poder ser y sentir como el otro, por más distante que sea.
Eso logra Cristina Rascón.
Y seguramente por eso fue que el libro recibió el IV Premio Latinoamericano de Cuento “Benito Juárez”.
Los cuentos de Hanami están a la distancia precisa entre la otredad y lo cotidiano, entre la realidad y la fantasía, entre lo sórdido y la vida diaria –donde cierta sordidez se vuelve costumbre y, por lo tanto, no causa asombro--. Porque sí, en Hanami aparecen leyendas y rituales japoneses pero está también el mundo de la perversidad en, por ejemplo, una muchachita menor de edad que seduce a otra mujer y luego la acusa con la policía.
También es patente la segregación en una maestra extranjera que estornuda y la echan del trabajo porque creen que tiene neumonía atípica o SARS, está el horror de la muerte en una prostituta que es asesinada.
Está también la soledad.
Y la compañía.
Pero todo esto, como la imagen de Japón, con la distancia justa para evitar lo pintoresco y lo grotesco, para que siga siendo el mundo de todos los días, el que parece ser nuestro mundo aunque no lo sea.
De Hanami se podría decir harto más. Decir, por ejemplo, que retrata maravillosamente cómo se perciben las noticias del propio país cuando se vive en el extranjero. O cómo se vuelve, como en la adolescencia, a descubrir el mundo y a uno mismo cuando se está lejos de la tierra donde se descubrió el mundo por primera vez, de la tierra donde uno decidió quién quería ser. Pero una obra, cuando es buena, es el reflejo del alma del lector, no del autor.
En Hanami el lector no encontrará geishas inmaculadas ni códigos de honor imposibles, no será la visión del viajero. Cristina Rascón vivó más de cinco años en Osaka y aprendió a mirar caer las flores. Seguramente, al lector, le sucederá lo mismo.
Nota:Presentación del libro Hanami (2007, UABJO) el 12 de Junio de 2007 en el Instituto Cultural Mexicano en Viena, Austria. Luis Felipe G. Lomelí (Jalisco, 1975) es autor de Todos Santos de California (Tusquets, 2002) y Ella sigue de viaje (Tusquets, 2005). Ha recibido el Premio San Luis Potosí (INBA) en el género de cuento 2001 y el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés en el año 2004.