Tal vez no fue el mejor escritor de su época e incluso se le pudo acusar de ser un precursor de la literatura light y en muchas ocasiones un poeta de panfletos. Pero también alcanzó las cumbres de la creación con una novela, algunos cuentos y varios poemas.
Era la década de los setentas y América Latina vivía los días negros del golpe militar en Pinochet y del exilio para miles de chilenos, argentinos, uruguayos y centroamericanos que se refugiaron en México.
En el D. F. las universidades y los cafés rebosaban de jóvenes ansiosos por ver la prometida revolución de izquierda, y los amantes de la literatura leían con devoción a las celebridades del boom: García Márquez, Cortázar, Carpentier, Rulfo...
Fue en ese ambiente donde apareció para los jóvenes lectores mexicanos el nombre de Mario Benedetti. Apenas llegó con su fama de escritor de izquierdas, perseguido por el gobierno militar de su país, un buen escritor que transmitía ternura en sus poemas.
Salido de la redacción de Marcha, la revista de Carlos Quijano donde participaron grandes periodistas y escritores lationamericanos. Benedettí el que fustigaba a los dictadores y enternecía a las muchachas con sus poemas de amor.
Esas primeras lecturas llevaron a la búsqueda de sus orígenes, a "La tregua", su gran novela, y a los "Montevideanos", sus cuentos de la cotidianidad uruguaya que era la misma cotidianidad de muchas ciudades latinoamericanas más allá del colorido localista que Benedetti imprimiera en sus textos.
Pronto se convirtió en algo más que un buen escritor; fue una figura central de la cultura política de la época, pero sobre todo fue un ser humano querido, admirado y respetado por sus lectores, algo que pocos escritores pueden recibir.
Desde entonces vivió con ese aura, hasta el día de ayer que se anunció su muerte. Se va, y como dice el lugar común, con él se va también una época de idealismo, de fe inquebrantable en las bondades de la humanidad, una época con los sentimientos a flor de piel.
Adiós, Mario Benedetti.