HERMOSILLO.- La disyuntiva más grande en la vida de Vanessa De La Torre se presentó el 5 de junio pasado, cuando una gran masa de humo espeso y negro golpeó su vista al abrir la puerta que va del filtro de la guardería ABC, hacia la sala de usos múltiples y comedor.
Pensó mil cosas en ese momento, pero una fue la que privilegió en su decisión: “tengo otro niño, no puedo exponer mi vida”. Decidió retroceder y pedir ayuda, pues sabía que su hijo Luis Gabriel estaba adentro, tal vez sin vida.
Vanessa no fue de las madres a quienes la tragedia les llegó por teléfono. Ese día salió más temprano de su trabajo y además le dieron “raite”. Llegó a las tres de la tarde a la guardería, tres cuartos de hora antes de lo acostumbrado, justo en el punto máximo del incendio.
Desde su trabajo se veía la nube de humo negro y denso, como cuando se queman llantas o plásticos, y se preguntó “¿qué se estará quemando?”.
En la esquina se bajó del carro y caminó hacia la guardería, mientras trataba de explicarse, a manera de advertencia: “debe ser la llantera, se va a pasar a la guardería”, y aceleró el paso en una desesperada carrera para descartar su suposición.
Conforme se acercaba a su destino, se alejaba también la tranquilidad. Su vida ya no fue la misma, pues encontró el futuro de México ardiendo, pero también la puerta libre para entrar y con ello la posibilidad de salvar a su hijo.
“Puede ser que me meta, pero ¿qué saco si de todas maneras no voy a ver al niño de tan espeso que está el humo?”, razonó. Escuchaba a su lado solo las voces desesperadas de adultos, intentando en vano salvar a los pequeños atrapados y por eso concluye que las niñas y niños “ya estaban todos desmayados”.
Lo más duro de asumir era imaginar el dolor que estaría sintiendo su bebé de un año cuatro meses. Entre llantos recibió la noticia de que había niños a salvo en una casa vecina, pero nadie tenía una lista.
A través de las lágrimas, Vanessa pasó un rato viendo pasar niñas y niños en brazos, pero no parecían los mismos que a diario se veían entrar y salir de la guardería ABC, sino seres lastimados por la lumbre, algunos completamente transformados, “tiznados de la punta a los pies”, irreconocibles, recuerda.
Empezó a temblar por una crisis nerviosa, pues se imaginó lo peor, que en cualquier momento vería a su niño salir quemado y sufriendo.
Gracias a que Luis Gabriel “era muy mordelón”, una de las maestras lo tenía bien identificado, dice Vanessa. Fue así que encontró a su hijo parado en una de las casas donde resguardaron a los sobrevivientes, con la mirada ida, sin responder a ninguna pregunta, borrando por mucho tiempo la sonrisa que lo caracterizaba.
Traía un solo huarachito, lo que delataba cómo fue que salió, tal vez corriendo o, si tuvo suerte, en los brazos de alguien. Aunque su pierna estaba con quemaduras de tercer grado, lo que más le importaba a Vanessa era que estuviera “completo”.
SIN DERECHO A LA SALUD
De esta forma, la mujer, una de las tantas trabajadoras mexicanas que diario inicia su día al amanecer, para finalizar la jornada con la última tarea doméstica de la casa al anochecer, hoy tiene una tarea más, producto del incendio del 5 de junio: ser enfermera de su hijo y abogada del derecho a su salud de él y de ella misma.
De ser un bebé sano, Luis Gabriel es ahora uno de los sobrevivientes del percance, que presenta el cuadro de pulmones inflamados, flemas y trastornos de conducta y sueño.
Y aunque las cicatrices por las quemaduras en ambas piernas son visibles a un mes del incendio, el hecho de que no haya sido hospitalizado, hoy significa para Vanessa no tener acceso a un apoyo por parte del IMSS.
En una modesta casa de la colonia Nuevo Hermosillo, con escasos muebles, al sureste de la ciudad, Vanessa ha recibido la visita de representantes del Seguro Social, quienes sólo van, le preguntan datos y la disuaden de cualquier exigencia hacia las instituciones responsables, entre otras cosas.
Vanessa de la Torre es un claro ejemplo de quiénes son las 500 mil mujeres usuarias de guarderías en México. Su primera tarea en el día era llevar a su niño a la guardería ABC, para inmediatamente irse a trabajar en la Carnicería Genpro, pues entraba a las 7 de la mañana.
La empresa para la que labora, ubicada frente a la penitenciaría, asumió una actitud solidaria, por lo cual Luis Gabriel fue atendido profesionalmente en forma particular y su madre goza de incapacidad laboral para cuidarlo. Nada qué ver con el Seguro Social, quien ha evadido la responsabilidad de la atención y tratamiento para el niño.
“Se veía buena guardería”, afirma Vanessa, quien ya había sido usuaria por su hijo mayor, hoy de cinco años. Ella se fijaba en que las instalaciones estaban limpias, la comida era buena y el trato era inmejorable, “pero que no me haya fijado en la seguridad, es otro rollo”, lamenta pensativa.
Esta joven mujer de brazos fuertes, que utiliza tanto en la carnicería como para cargar a sus hijos, cuenta que en alguna ocasión reparó en un portón grande y supuso que se abría, pero nunca lo comprobó. Tiempo después sabríamos que el portón de la guardería estaba atorado y una viga atravesada no dejó que se abriera para auxiliar a las niñas y niños.
Lamenta no haber entrado algún día a revisar si había extinguidores, o puertas de emergencia, pues nunca se imaginó que pasaría algo así.