El dolor y la indignación, la rabiosa ansiedad de quien clama justicia y su voz cae al vacío, sentimientos elementales como el amor a los hijos y la tristeza sin consuelo, son los sentimientos que se manifestaron este sábado en Cd. Obregón.
Afloraban sin dificultad en la voz de los que hablaban, en las lágrimas de quienes portaban pancartas y llorando pedían justicia. Eran los padres, madres y familiares de los niños muertos en la guardería ABC el 5 de junio.
Pero los sentimientos no eran sólo de ellos. También eran de las decenas de cajemenses que los acompañaron por las calles de esta ciudad, paso a paso, compartiendo el silencio, gritando a todo pulmón cuando era necesario hacerlo.
Alrededor de 300 personas, entre los que vinieron de Hermosillo cargando sus pancartas y los recuerdos de sus amados hijos, y aquéllos que aquí los recibieron en una muestra de solidaridad que es más grande, mucho más que todas las ocupaciones que a esta hora mantienen al resto de la población en sus casas, de compras o en cualquier otra actividad cotidiana.
No importa el número, así fuera sólo un cajemense sería suficiente, dice alguien que acompaña al grupo. Y tiene razón. Porque cada persona que está en esta marcha lleva adentro una carga explosiva de dolor y de indignación, no importan que tan cerca o tan lejos haya estado de la guardería ABC ese 5 de junio.
No importa que no haya sido tu hijo, tu sobrino o nieto. Lo importante es que tuvieron una muerte terrible y ninguna autoridad hace algo por compensar el dolor de quienes ahora claman justicia.
Hablan las mamás y los papás de las víctimas. Sus hijos son angelitos, eso nadie lo duda, como nadie se opone a pedir la renuncia de todos los funcionarios involucrados. Desde el gobernador del Estado al director general del IMSS.
“¡Que renuncien!”, gritan todos y todos se responden: “¡Sí, que renuncien!”.
Mamás y papás de los pequeños fallecidos vuelven al llanto, no pueden olvidar, ha pasado más de un mes y el dolor no ha menguado, tampoco la ira. Cualquiera que tiene un hijo lo entiende.
Por eso advierten: Si es necesario hacer 100 marchas las haremos; todo lo que sea necesario lo vamos a hacer. Ni el calor sonorense, ni la indiferencia, ni la complicidad de algunos medios de comunicación que desvían la atención hacia otros temas.
Esto no es un mitin político, no es una protesta común.
“El gobierno apuesta a que nos cansemos, pero apuesta mal. Va a perder porque no nos cansaremos así tengamos que pasar años reclamando justicia, no pararemos hasta que se haga justicia”.
Una voz protesta:
“El gobierno federal y el estatal esperan que todo se olvide con el paso del tiempo; mañana inventarán un chupacabras o una nueva influenza para que nadie se acuerde de los niños que murieron en la tragedia. Pero se equivocan si piensan que nosotros vamos a olvidar a nuestros hijos”.
La ira, la desesperación aumentan y sube de tono el reclamo; las palabras se desbordan y los insultos brotan, pero son insultos justificados, insignificantes comparados con el dolor de esta gente.
Gritan con rabia ante la casona que alberga las oficinas del gobierno estatal, en la calle Sinaloa, grita el silencio con el que recorren las calles del centro, la ira expresada frente a la casa familiar del gobernador.
Padres y madres hablan de sus hijos. Ya no volverán a verlos y no los consuelan los discursos de los políticos, ni las promesas del Presidente de la República ni las palabras del Gobernador. Imposible no conmoverse ante las expresiones de dolor e indignación.
Eran sus hijos.