Como la presencia en el Congreso del presidente en turno, a partir de Salinas, se convirtió en una provocación, antes que una rendición de cuentas, por las simulaciones, mentiras y encubrimientos de sus abusos, corrupción y una tomada de pelo a la nación, hubo necesidad de cumplir y hacer cumplir la disposición constitucional de presentar el informe anual del jefe del Ejecutivo, únicamente por escrito, en la apertura de sesiones del primer período del Congreso de la Unión.
Y si bien esta medida impidió poner las condiciones parlamentarias para los debates conforme al principio de que “la democracia es discusión”, al menos permitió abrir paso a la posibilidad de una reforma del Estado que reforme y adicione la Carta de 1917 (poniéndola al día) para separar las funciones y facultades entre un jefe de gobierno y un jefe de Estado, que ahora, autoritariamente, manipula el presidente.
Pero, los resabios de la monarquía sexenal (y más ahora con los conservadores entre la derecha a secas y los ultras del fundamentalismo religioso y jusnaturalista) asumidos por el calderonismo, se resisten a clausurar para siempre su fiesta y les ha dado, con Calderón, sobre todo, por intentar adelantarla a la entrega formal de su Informe, organizando un “congreso” paralelo al Congreso General.
Invitando a diputados y senadores del PAN más los que caen en la trama de otros partidos, para “legitimar” ante las cámaras de televisión y radio encadenadas, al presidente en turno que ofrece su show ante sus cómplices, en gravísimo desafío de rebelión (Art. 136) interrumpiendo la observancia constitucional.
Pareciera que existen dos Congresos y la nación en medio de una confusión, que no debe permitirse. Diputados federales y senadores, no dispuestos seguirle el juego a este nuevo émulo de Iturbide, con su acto de emperador, deben impedir que ni antes ni después del acto constitucional, de la primera apertura de sesiones del Supremo Poder Legislativo de la Unión, el inquilino de Los Pinos organice su congreso para que le aplaudan, presentando simultáneamente otro informe.
La Constitución sólo permite un acto semejante. Y aunque el otro sea una caricatura, ni así debe permitirse a ningún precio, si es que nuestra democracia y republicanismo, ya por los suelos, han de ser reivindicados por una reforma del Estado.
La alternativa es contundente: con la Constitución o contra ella. Y más ahora ante la posibilidad de impulsar la auténtica transición, con la divisa de “resolver con más democracia os problemas de la democracia”, que nos urge.
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