“Estoy embarazada” me dijo. De las incontables veces que mis alumnas universitarias han acudido a darme esa noticia, ninguna me despertó tanto dolor.
- ¿Embarazada de tu marido? Le pregunté con una casi insostenible esperanza de obtener una respuesta negativa por parte de aquella joven de 21 años, quien seis meses atrás me confió que su esposo se había infectado de VIH durante una relación extramarital.
Medio año antes, con esta estudiante hice algo que nunca hago con mis alumnas cuando me piden opinión sobre perdonar o no una infidelidad de sus parejas: Esta vez me entrometí, dejé los rodeos y le aconsejé que se separara de este hombre que la había venido violentado de todas las formas posibles y que ahora sería cuestión de tiempo antes de que la contagiara.
Pero él le había pedido perdón, no sólo por la relación extramatrimonial, sino por los golpes y los insultos anteriores. Le juró que no la pondría en riesgo y ella sentía que era su oportunidad de, por fin, tener la relación que siempre había soñado, porque ahora él se “dejaría cuidar” por ella.
Durante esos seis meses, ella me evitó en los pasillos universitarios. Cuando no le quedaba más remedio que tratar conmigo, hacía lo posible por enfatizar la gran felicidad que su esposo le brindaba. Hasta que un día llegó a mi cubículo a decirme que estaba embarazada (ergo, contagiada), que ya no tenía nada qué perder y que lo único que deseaba era terminar su carrera y titularse antes de que el VIH deviniera en sida.
- Para eso pueden faltar muchos años, si te tratas adecuadamente- le contesté. Jamás olvidaré la contundencia de su respuesta y de su voz:
- No tengo tiempo para falsos consuelos. Por la experiencia con mi marido sé que necesitas tener dinero para un tratamiento decente, porque las instituciones públicas nunca tienen los medicamentos, o eso dicen. Mi esposo ya se está muriendo y yo necesito mi título, para dejarles constancia a mis hermanitas de que fui una mujer licenciada, y no una que se dejó matar voluntariamente por no contradecir al marido”.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), mujeres como mi alumna son más susceptibles de contraer esta enfermedad, debido a la violencia de género.
El UNFPA considera que la discriminación por motivos de género, la pobreza y la violencia son aspectos medulares de la epidemia de sida.
Las mujeres tienen probabilidades al menos dos veces mayores que los hombres de quedar infectadas con el VIH en las relaciones sexuales, ya que las mujeres y las niñas suelen estar mal informadas acerca de cuestiones sexuales y reproductivas, y tienen mayores probabilidades que los varones de ser analfabetas. Además, suelen carecer de poder de negociación y de apoyo social para insistir en condiciones de mayor seguridad o para rechazar las propuestas sexuales.
La violencia por motivos de género es un gran factor de riesgo para contraer el VIH.
Con frecuencia esas mujeres, por razones económicas, no pueden abandonar a su pareja, aun cuando sepan que el hombre está infectado o estuvo expuesto al contagio con el VIH. Si bien la mayoría de los países, incluidos los de África al sur del Sahara, han adoptado estrategias nacionales para combatir la epidemia, hay todavía millones de mujeres y hombres que no tienen acceso a los servicios y carecen de tratamiento.
De todas las nuevas infecciones de VIH, unas tres cuartas partes son resultado de la transmisión sexual entre hombres y mujeres. Las actitudes y los comportamientos de los hombres tienen importancia crítica para las acciones de prevención. Los hombres tienen un abrumador poder en las decisiones sobre cuestiones sexuales, inclusive sobre si utilizar o no condones. En muchas sociedades se espera que las mujeres sepan muy poco sobre esas cuestiones y las que plantean la cuestión del uso de condones corren el riesgo de ser acusadas de infidelidad o promiscuidad.
El sida surgió en la década de los 80 del siglo pasado como una enfermedad masculina; pero ha ido en aumento la proporción de mujeres infectadas en comparación con los hombres. De las mujeres que tienen reacción serológica positiva al VIH, muchas están casadas y sólo han tenido un compañero sexual: sus esposos.
En algunas partes de África y del Caribe, las dos regiones donde es más alta la prevalencia del VIH, las probabilidades de que las jóvenes (de 15 a 24 años de edad) estén infectadas son hasta seis veces mayores que las de los varones de la misma edad.
Se tiene la falsa creencia de que el matrimonio es un ámbito “seguro”, pero en muchos lugares acarrea para las mujeres grandes riesgos de infectarse. En México, más del 30 por ciento de las mujeres diagnosticadas con el VIH descubren su situación después del diagnóstico de sus esposos.
El pasado 1 de diciembre, Día Mundial de la Lucha contra el SIDA, las hermanitas de mi alumna tienen claro que su hermana es una mujer licenciada, como afortunadamente ella misma ha alcanzado a contarles, pero es fundamental que también sepan que su hermana, licenciada, partirá pronto no sólo por el VIH, sino por las opresiones de género que le obligaron a aceptar ciegamente las disposiciones machistas de su marido, con tal de ser la excelente esposa que, literalmente, da la vida por su hombre.