Dijo verdades, pero se mostró arrepentido de decirlas. Al fin y al cabo es mucho lo que le pagan por ser seleccionador.
Con estas palabras podría resumirse la actitud vergonzosa de Javier Aguirre el pasado fin de semana.
Como sabemos, el entrenador de la selección mexicana de futbol declaró a una cadena de radio española que México es un país “jodido” por la inseguridad y que por eso sus hijos viven en Madrid.
Primera gran verdad. Nadie mejor que los mexicanos sabemos que el nuestro es un país hundido en la violencia sistemática y que la inseguridad es el pan nuestro de cada día. Además sabemos que la responsabilidad no sólo es de los grupos criminales sino también de las autoridades corruptas e ineficientes que nos gobiernan.
La segunda gran verdad: Se crean muchas expectativas alrededor de la selección mexicana de futbol, aunque todos sabemos que no está para ser campeona y nos conformaríamos si llega al famoso “quinto partido” del Mundial. Así se sencillo.
Pero Aguirre fue obligado a desdecirse y afirmar que nada de lo que dijo fue correcto. Además mostró un dramático arrepentimiento.
¿Qué le pasó al aguerrido exdirector del Osasuna y del Atlético de Madrid, hoy al frentre del Tricolor?
Pues simple y sencillamente obedeció a una máxima del deporte y de la vida pública en México: Dinero mata boquita.
Al ver en riesgo el dineral (millones de dólares) que le pagan por entrenar a la selección de futbol, el aguerrido vasco se convirtió en un sumiso vasquito, en un pelele de la Federación Mexicana de Futbol, evidenció su deseo de que ya pase el Mundial y retirarse de las presiones de los medios y del público, para descansar en una plácida isla del Mediterráneo español.
Y nosotros nos quedaremos con esas verdades de a peso; la terrible inseguridad seguirá reinando en México –no se ve otro panorama cercano- y la selección seguirá ubicada entre el número 10 y el 20 de los mejores equipos nacionales.
Adiós, Aguirre.