Por la relevancia del tema y especialmente el personaje, rescate este contenido y lo comparto con usted:
Ocurrió entre los días 24 y 25 de abril de 1957: días tristes para el béisbol. Fechas luctuosas y al paso del tiempo es imposible olvidar.
Lázaro Salazar, el “Príncipe de Belem”, partía hacia el viaje sin retorno físico a causa de un derrame cerebral dejando una riquísima historia de triunfos como uno de los más talentosos mánagers y jugadores que llegaron procedentes de Cuba a nuestro béisbol.
Salazar trascendió en nuestra pelota mexicana cuando primero hizo campeón a los Cafeteros de Córdoba en 1939, luego a los Azules de Veracruz en el 41; más tarde en el 43 también llevó al título a los Industriales de Monterrey.
Ahí, en la ciudad regia también impactó con otros tres banderines consecutivos entre 1947 y 1949 para el gran récord de todos los tiempos en la Liga Mexicana de Béisbol.
Incluso, en el béisbol de Cuba, Venezuela y Dominicana también tuvo oportunidad de mostrar su grandeza como estratega campeón, compartiendo su talento como jugador de cuadro y lanzador, algo que también hizo en nuestro béisbol veraniego.
Su último banderín
Por eso, cuando llegó a dirigir en el 56 a los Diablos Rojos, la afición capitalina se frotaba las manos al ver que por fin, después de 15 largos años de espera, sus queridos e idolatrados Diablos Rojos tenían la posibilidad de conseguir la primera corona bajo la batuta del experimentado y genial mánager cubano.
Sin embargo, el reto no era del todo fácil:
En esa temporada El Aguila de Veracruz fue dirigido primero por Santos Amaro y luego Martín Dihigo; los Tigres tuvieron a Chuck Genovese; los Sultanes a Epitacio “La Mala” Torre; Yucatán a Adolfo Luque y Nuevo Laredo empezó con Tony Castaño y luego con Leon Kellman y Ramón Bragaña.
En aquel lejano 1956 don Federico Miranda debutaba como presidente de la LMB que un año antes se había afiliado a la Asociación de Ligas Menores Profesionales de Béisbol.
Triples coronas…
Además, en la campaña del 56 hubo algo por demás trascendente con los Diablos:
Fueron impulsados e inspirados notablemente por el norteamericano Alonso Perry y el potosino Panchillo Ramírez, quienes se adjudicaron ¡la Triple Corona de Bateo y Pitcheo, respectivamente!, algo que jamás se ha visto en equipo de béisbol profesional en una misma campaña.
Perry bateo .392, con 28 cuadrangulares y 118 producidas; “Panchillo” por su parte tuvo un fantástico 20-3, 148 ponches y 2.25 de efectividad.
Al igual que Lázaro Salazar, Francisco “Conde” (o “Panchillo”) Ramírez, estaban debutando ese año con el México.
Incluso, el triple galardón de “Panchillo” no había sido cualquier cosa: esa hazaña sólo tenia el precedente con Martín Dihigo, un par de veces y en el 55 con Fred Waters con los Tigres capitalinos.
Lo difícil de la hazaña
El colega e historiador Horacio Ibarra desde el portal del Salón de la Fama del Béisbol en Monterrey nos dice al respecto:
“Para tener una idea de lo importante de su hazaña, basta echar una ojeada al libro de récords y darnos cuenta de lo difícil que es conseguirla porque tuvieron que transcurrir 48 años para que otro lanzador volviera a igualarla. Este privilegio fue para Francisco Campos en el 2004 jugando con los Piratas de Campeche”.
Tarjetas de presentación de “Panchillo”
Antes de llegar al México, “Panchillo” traía una notable trayectoria de con los Aguilas de Mexicali en la Liga Arizona-México donde el 53 logró 9-3 y en el 54 18-9, siendo en esta última temporada campeón en entradas lanzadas (264), ponches (193) y efectividad (3.51).
El 1955 tiró en siete juegos con los Búfalos de Houston, sucursal de los Cardenales de SL en la Liga de Texas, pero de pronto dijo “extrañar la comida mexicana” y volvió a Mexicali para marcar 10-8 y ser el líder en carreras limpias admitidas con 2.94.
En la costa del Pacífico con Cd. Obregón fue también notable: En 1955 y 56 fue líder de ponches con 102 y juegos completos con 10; líder de blanqueadas en 1954-55 con tres, 1955-56 con cuatro, misma cifra obtenida para puntear la liga en 1956-57.
Del mismo circuito invernal otra credencial que traía de los entonces “Arroceros” de Cd. Obregón era un sin hit ni carrera contra Jalisco, hazaña ocurrida el 18 de diciembre de 1955, ganándoles 4-0 y superando a Ramiro Cuevas, quien tuvo ayuda de Miguel Sotelo.
Mancuerna de oro
A los Escarlatas también arribaron en ese formidable año del 56 el short Héctor “Chero” Mayer, procedente del Rochester/Allentown, Liga del Este de EU.
“El Chero” haría notable mancuerna con el segunda base también sonorense, Ernesto “Natas” García, quien un año antes supliendo a Felipe “Burro” Hernández había pegado para .384 demostrando que ya estaba más que listo para ver jugar de titular.
Los Diablos también contrataron en ese año a los cubanos jardineros Juan Vistuer, de los “Reyes del Azúcar” de La Habana y Oscar Garmendia (en un canje por Felipe Iturralde, de los Leones de Yucatán); al norteamericano con experiencia de Ligas Mayores, el derecho Bob Trice, quien además de lanzar podía jugar de primera o jardín.
Además de Panchillo”, Lázaro Salazar tuvo sus principales lanzadores en el dominicano Diómedes “Guayubín” Olivo, Memo López y los cubanos Rafael Rivas y Vicente López.
Ganaron sin dificultad
Los Diablos Rojos estaban más que listos para su primer banderín en su historia, galardón que alcanzaron de manera cómoda el 26 de agosto de 1956 en el estadio del Seguro Social.
El histórico primer banderín llegó en el primer juego de una doble cartelera ante los Leones de Yucatán al ganarles 2-1.
El ansiado título les llegó en el noveno capítulo cuando Juan Vistuer barriéndose en el plato anotó la carrera de la victoria. Vicente López logró acreditarse el triunfo ante su paisano, el cubano Julio “Jiquí” Moreno.
Todavía faltaba una serie por jugar, contra los Sultanes en Monterrey, pero eso era lo de menos toda vez ya estaban disfrutando la corona.
Lázaro Salazar consideró que todos sus jugadores habían contribuido de manera decisiva para ganar el campeonato, pero que Alfonso “La Gallina” Peña tenía altos merecimientos para ser el mejor porque había suplido en gran forma a los receptores lesionados Mario Díaz y Guillermo “Memo” Frayde.
Los Pingos registraron 83-37 en ganados y perdidos para un excelente .697, (en la tabla general fueron los líderes de bateo con .291) a 9 juegos de distancia de los sublíderes Tigres capitalinos.
En este exitoso año el Club México, además de Alonso Perry y “Panchillo” también contribuyeron a la causa “Guayubín” Olivo con 15-8, Rafael Rivas (14-6), Vicente López (16-7) y Memo López (12-6).
“El Príncipe” ganaba así lo que fue su séptimo y último banderín en la LMB.
Triste destino
Para la siguiente temporada, el destino iba a ser diferente:
La historia se escribiría de la siguiente forma:
El 16 de abril de 1957, un día después de la muerte de Pedro Infante, los Escarlatas iniciaron en casa la temporada ante Nuevo Laredo y luego se fueron a jugar contra el Aguila de Veracruz y fue ahí donde después del segundo partido el mánager, Martín Dihigo, le ofreció en su casa a Lázaro Salazar una gran fiesta como grandes amigos que siempre fueron.
No imaginaban, por supuesto, lo que el destino deparaba al inolvidable “Príncipe”.
El México regresó a la gran capital para enfrentarse a los Sultanes comandados por el cubano y ex primera base Regino Otero.
El primero de los tres juegos de lo que apenas era la tercera serie de la campaña, la ganaron los Sultanes 18-3 con gran pitcheo de Roberto Reyna, quien recibió cuadrangular de Alonso Perry.
Para la noche del segundo partido, el 24 de abril, Rafael Rivas y Eddie Locke abrieron la contienda y se mantuvieron en un gran duelo de pitcheo.
Luego, en la séptima cuando Monterrey se puso arriba 1-0 en el marcador, de pronto, Lázaro Salazar para la sorpresa y angustia de todos los ahí presentes a su lado, se desvaneció en el dogout.
Fue algo dramático
Repentinamente Lázaro se desplomó en las escaleras del dogout víctima d de un derrame cerebral, paralizándosele la pierna y brazo derechos.
El pitcher cubano “Guarao” Guerra y “La Gallina” Peña alcanzaron a detenerlo para que no cayera el suelo, cargándolo y lo recostaron en la banca del dogout hacia donde llegó para atenderlo en doctor Roberto Peláez, quien se dio cuenta de la gravedad del caso.
El gerente del parque, Carlos Viteri, dijo que escuchó que Salazar había recuperado por un instante el sentido, preguntando cómo iba el partido.
Sin embargo, de inmediato lo trasladaron a los vestidores del Club House y de ahí por instrucciones del presidente del equipo, Héctor Peralta, se lo llevaron en ambulancia al hospital Central Médica de Insurgentes y Tonalá.
Lázaro llevaba una presión arterial de 260 que le había provocado la ruptura de un vaso sanguíneo.
Al cierre del inning, Perry ocupó la línea de coach en la tercera base sustituyendo al gran estratega, en tanto la gente no se percataba lo que había pasado.
Al siguiente episodio, octavo, el Monterrey fabricó otro racimo de carreras para el definitivo 6-0, lo que Salazar ya no vio.
Ya en la Central Médica, Lázaro Salazar fue atendido por los doctores Leopoldo Gatica, Manuel Velasco Suárez y Jorge Moreno, pero todo fue inútil.
Las punciones cerebrales no dieron ningún resultado y a las 15:35 horas de la tarde del 25 de abril fallecía y poco después su cadáver fue trasladado al local de las Capillas Gayosso, en Avenida Hidalgo, donde fue velado. Tenía 45 años de edad.
Ahí estaban su compañera de por vida, Margarita Everett de Salazar; Carlos Viteri, el vicepresidente y gerente del Club; “Molinero” Montes de Oca, Alejandro Carrasquel, Alonso Perry, Regino Otero, Luis Sansirena, Armando “Indian” Torres, entre otras amistades y peloteros de del México y Monterrey.
Su último adiós fue en el Panteón Jardín de la Ciudad de México, recinto donde descansan sus restos para la inmortalidad como uno de los hombres más talentosos que llegaron a nuestro béisbol tanto como manager y jugador.