Este 22 de abril, Día Mundial de la Madre Tierra, al menos en el sur de Sonora no habrá mucho que celebrar:
La transformación de los valles agrícolas de altamente fértiles a infértiles y fuertemente contaminados, sucedió en un tiempo relativamente corto.
Lo que a la naturaleza le costó millones de años construir, el hombre lo ha destruido en solamente 50 años, afirma Ramón Morales Valenzuela.
El presidente de la Sociedad Agronómica Siglo 21 puntualiza que la causa del deterioro ambiental se inició con la práctica de una agricultura comercial basada en componentes químicos altamente solubles y contaminantes.
Los fertilizantes, líquidos, sólidos o gaseosos; los insecticidas, los herbicidas, los fungicidas y los productos hormonales han provocado no solamente el deterioro de los suelos sino contaminación del aire y hasta enfermedades y muertes, sostiene.
También el uso de tractores e implementos agrícolas para mover el suelo por medio de cinceleos, rastreos, barbechos, dice, así como el empleo de grandes volúmenes de agua para riego y semillas híbridas, han contribuido a la caída de la producción.
Infertilidad
Con el paso de los ciclos agrícolas, todos los componentes de “paquete tecnológico” se fueron incrementando significativamente y causaron la pérdida de fertilidad natural en los suelos.
Actualmente, sostiene, los valles del sur de Sonora están empobrecidos, erosionados, compactados, ensalitrados y con niveles de materia orgánica por debajo del 1%.
Producir sólo es posible con cantidades industriales de fertilizantes sintéticos y parasiticidas, considera.
“Nuestros suelos se comportan como un drogadicto o alcohólico”, compara: “si no hay droga o veneno, no funcionan”.
“Así están nuestros suelos, enfermos y adictos a los tóxicos”, puntualiza.
Con la perdida de su fertilidad por el uso irracional y antieconómico de venenos, cita, la actividad agrícola pierde también su productividad.
Es decir, el agricultor invierte más, arriesga más, pierde su tranquilidad y gana menos, considera.
Poco aprovechable
Con información del maestro en ciencias Juan Manuel Cortés Jiménez, investigador del Centro Experimental “Norman E. Borlaug”, indica que la eficiencia en el uso del nitrógeno en el Valle del Yaqui es de poco más del 31% y el 69% se desperdicia.
Esto significa, explica, que por cada 100 kilos por hectárea de nitrógeno aplicado al suelo, solamente 31 kilos son aprovechados por las plantas.
Si en el Distrito de Riego local se usan al menos 54 mil 441 toneladas de nitrógeno cada ciclo, expone, se pierden 37 mil 564 toneladas.
Si como fuente se emplea la urea al 46%, se necesitan alrededor de 118 mil 350 toneladas, de las cuales se desaprovechan 81 mil 661 toneladas, afirma.
Y si la fuentes es amoniaco anhidro al 82%, los requerimientos globales serían de 66 mil 391 toneladas, asegura, de las cuales se desperdician en cada ciclo 45 mil 810 toneladas.
En consecuencia, enfatiza, 37 mil 564 toneladas de nitrógeno se convierten en un foco de contaminación para la región, con un costo de 206 millones de pesos.
Eso significa que por cada peso útil aprovechado, se pierden 3.22 pesos que el productor ya tenía en sus manos.
Cambio climático
A nivel mundial, con el actual modelo agrícola, emanado de la Revolución Verde, puntualiza, se contribuye al cambio climático, incluyendo la deforestación y otros usos del suelo, con 8.5 a 16.05 mil millones de toneladas de bióxido de carbono.
Esa cantidad de contaminantes equivalen al 17% y 32% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por el ser humano, argumenta.
La causa principal de estas emisiones es el uso super intensivo de fertilizantes químicos sintéticos, pues más del 40% de estos abonos aplicados al suelo se dispersan en el aire o terminan en los cursos de agua.
“Si bien es cierto que las pérdidas económicas son cuantiosas, en tiempos en que el valor del dinero es muy caro, los daños al ecosistema no tienen precio”, refiere Morales Valenzuela.