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Lunes 25 de Nov de 2024
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Scherer entrevista al Mayo Zambada

Proceso
Domingo 04 de Abril de 2010
 

MÉXICO.- Una expresión de Julio Scherer García ha quedado grabada con hierro candente, entre muchas otras, en quienes colaboramos con él. “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”. En el mayor de los sigilos, bajo la exigencia de reserva absoluta que él respetó y respeta, el fundador de Proceso fue convocado a encontrarse con Ismael El Mayo Zambada. “Tenía interés en conocerlo”, le dijo el capo del cártel de Sinaloa, colega y compadre del Chapo Guzmán. En el encuentro, que terminó en puntos suspensivos, El Mayo Zambada dejó un reto: “Me pueden agarrar en cualquier momento… o nunca”.

Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo.

La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra.

A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado.

La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator.

Me hizo bien recordar a Octavio Paz, a quien alguna vez le oí decir, enfático como era:

“Hasta el último latido del corazón, una vida puede rodar para siempre”.

                                                                    *        *        *

Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.

La casa era de dos pisos, sólida. Por ahí había cinco cuadros, pájaros deformes en un cielo azuloso. En contraste, las paredes de las tres recámaras mostraban un frío abandono. En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis  comensales.

Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado.

Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen. Hablamos sin conversar, las frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, la inseguridad, el ejército que patrullaba las zonas periféricas de la ciudad.

Volvimos a la casa desolada ya noche. Nos levantaríamos a las siete de la mañana. A las ocho del día siguiente desayunamos en un restaurante como hay muchos. Yo evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud, incluso la mirada insistente a los ojos, una forma de la interrogación profunda. El tiempo se estiraba, indolente y comíamos con lentitud.

Las horas siguientes transcurrieron entre las cuatro paredes ya conocidas. Yo llevaba conmigo un libro y me sumergí en la lectura, a medias. Mi acompañante parecía haber nacido para el aislamiento. Como si nada existiera a su alrededor, llegué a pensar que él mismo pudiera haber desaparecido sin darse cuenta, sin advertirlo. Me duele escribir que no tenía más vida que la servidumbre, la existencia sin otro horizonte que el minuto que viene.

“Ya nos avisarán –me dijo sorpresivamente–. La llamada vendrá por el celular”.

Pasó un tiempo informe, sin manecillas. ‘Paciencia’, me decía.

Salimos al fin a la oscuridad de la noche. En unas horas se cruzarían el ocaso y el amanecer sin luz ni sombra, quieto el mundo.

Extracto de la narración de Scherer García que se publica en la edición 1744 de la revista Proceso, ya en circulación.

 

Guerra perdida

La guerra emprendida por el Gobierno contra el narcotráfico “está perdida” porque “el narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción”, afirma Ismael Zambada, uno de los líderes del cártel de Sinaloa, en un encuentro con el veterano periodista mexicano Julio Scherer.
“El problema del narco envuelve a millones” y los reemplazos de los capos “ya andan por ahí”, agrega El Mayo Zambada, reveló ayer el semanario Proceso.

Por la captura de Zambada, el gobierno mexicano ofrece 2.3 millones de dólares de recompensa.

La portada de Proceso, que comienza a circular al público a partir de hoy, luce una fotografía en la que aparece Scherer junto a El Mayo, como testimonio de este encuentro en un lugar no revelado.

Este hombre robusto, amigo y compadre de Joaquín El Chapo Guzmán, el principal líder del cártel de Sinaloa, tiene 60 años, 1.80 metros de altura y lleva más de 40 años metido en el narcotráfico. Reconoce que tiene “pánico” de que lo encierren y preguntado sobre si se quitaría la vida si lo atrapan dijo: “No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría”. También admitió: “Cargo miedo” todo el tiempo, y dijo que cuatro veces el Ejército mexicano ha estado cerca de él.

Tan cerca como “arriba de mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo”.

“A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido (...) Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy”, le dijo a Scherer, quien explica que el encuentro fue a petición del capo.

También confiesa que El Chapo y él son amigos y compadres y que hablan “por teléfono con frecuencia”. Califica como “tonterías” que la revista estadounidense Forbes incluya a El Chapo en la lista de los millonarios del mundo. (EFE)

 

 

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