Cayó de repente, víctima al parecer de un infarto y allí quedó, tendido sobre el suelo, con la cara al cielo hasta que alguien le puso una sábana encima mientras llegaba la ambulancia a recogerlo.
Se llamaba Juan Antonio Martínez Hernández, tenía 69 años y vivía en la colonia Cumuripa.
Pero eso no era importante para los comensables de las taquerías ubicadas en la calle Sinaloa, junto a los edificios de la Conagua y del Ayuntamiento.
Más importante, por supuesto, era seguir saboreando los ricos tacos dorados y al vapor que allí venden.
El muerto al pozo y el vivo a gozo.