Una gran cruda nos debe quedar como sociedad después de las fiestas del Bicentenario de la Independencia. No (solamente) de las que quedan por el consumo desmedido de bebidas etílicas, sino una resaca ética… más bien hablo de una cruda cívica.
Ni una cruda moral de ésas que ni mil peregrinaciones al Cerro de la Virgen logran borrar se pudiera comparar con la que debemos sufrir las y los mexicanos por permitir a las autoridades tal derroche de recursos públicos.
¿Qué tanto hubiéramos podido hacer con esos miles de millones de pesos? ¿Cuántos fueron realmente? ¿Tres? ¿Cinco?
Cuánto gastó realmente el Gobierno federal no es mi única preocupación, sino cuánto gastaron en total las 32 entidades federativas y los casi 2 mil 500 presidentes municipales que gozan, se regocijan (por no usar el término porcino ‘revuelcan’) en el ejercicio desmedido y grosero de los recursos públicos que les aportan la falta de controles institucionales y de contrapesos sociales.
En mexicano lo anterior quiere decir que nos deberíamos sentir realmente muy mal porque ellos hacen lo que se les pega la gana por nosotros ser tan dejados, flojos para fiscalizar y despreocupados (por decir lo menos) en el cómo se gastan nuestros impuestos.
¿Cuántos hospitales hubiéramos podido rescatar de la vergüenza de su servicio? ¿Cuántas escuelas se hubieran podido dignificar? ¿Cuántos tratamientos se hubieran podido adquirir para las personas más pobres?
Esa resaca es la que me preocupa porque es inexistente entre nosotros, porque somos ciegos ante ese vínculo de responsabilidades.
Le invito a hacer un ejercicio
A la próxima que vea a alguien mendigando en una esquina porque no tiene cómo surtir su receta, porque le están haciendo firmar algún pagaré para poder atender a su hijo, porque su clínica rural no tiene médico o medicamentos, entre tantas fallas del sistema de salud… en ese momento imagine, ponga en su mente la siguiente fantasía: A lo mejor un pedacito del escenario del gran ‘festejo’ le hubiera solucionado el problema; lo que nos gastamos con la renta de los mega equipos de sonido, posiblemente hubiera servido para surtir varias clínicas locales de los medicamentos necesarios, muy seguramente morirían menos mujeres al momento de dar a luz, ¿Cuántas ambulancias se hubieran podido adquirir? ¿Cuántos médicos pudieran recibir el pago que realmente merecen?
Bien dice un letrero en mi oficina “Nobody notices what I do, until I stop doing it” (Nadie se da cuenta de lo que hago, hasta que lo dejo de hacer). Así está el sistema de salud, pues no llegamos a dimensionar lo importante de invertir en ello hasta que lo ocupamos, hasta que la desgracia toca nuestra puerta y por uno mismo o por la vida de un familiar, requerimos del acceso a un servicio de calidad.
Pero, si usted se cree infalible y considera que la salud y la suerte siempre estará de su lado (o que siempre tendrá para pagar el privado) hay muchos otros ejemplos de esa visión de nuestro dinero y la inversión pública que hacemos. ¿Dónde invierte el dinero familiar? ¿En qué se gasta sus recursos? Por su parte, ¿dónde invertimos el dinero nacional? ¿En fiestas? ¿Qué inversión pública más vale la pena? ¿Infraestructura? ¿Festejos? ¿Viajes? ¿Educación? ¿Salud?
Dese una vuelta por su colonia, ¿qué problemas le aquejan?
Usted y yo tenemos la culpa de que el gasto no se destine a lo que queremos y que ellos se lo gasten en todo lo que ellos deciden.
Por eso la resaca que comento, una cruda que más que moral es cívica, pues somos nosotros mismos el origen de nuestras propias desgracias.
Así nos recordarán los mexicanos del 2110 y del “3010”, como diría Calderón: Una sociedad que primero despilfarró los excedentes de ingresos petroleros y después, en medio de sus peores crisis y mientras millones sufrían, despilfarró para irse de fiesta.
En La Lupa: El origen
Muchos nos hemos preguntado qué agrava la percepción pública de que Manolo Barro no la “pasa bien” como alcalde de Cajeme.
No solamente por los opositores al acueducto “Independencia” (tema que está fuera de sus atribuciones) sino porque hay demasiada incomodidad, mucha molestia entre los líderes de opinión, reporteros y periodistas cajemenses.
¿Hasta cuándo el alcalde sustituirá a su director de Comunicación Social que flaco favor le hace en su relación con los medios? ¿O acaso sí es una política oficial, ratificada por Barro Borgaro, para amedrentar, amenazar y maltratar a los colegas?
¡Qué nefasto!
¡Hasta la próxima!
Guillermo Noriega Esparza
Internacionalista, UNAM y director de Sonora Ciudadana A.C.
Correo: noriega@sonoraciudadana.org.mx