Después de sobrevivir a siete atropellamientos por automóvil, a un infarto y al cáncer de próstata, Anastasio López Zúñiga puede presumir de que tiene más vidas que un gato.
Para este humilde hombre de 70 años, el peligro ha sido una constante en su vida desde que era un chamaco, cuando sufrió el primer atropellamiento en la calle.
"Fue en 1957", recuerda. "Vivíamos en Plano Oriente y mi madre me había mandado a una tienda ubicada en la esquina de las calles Zaragoza y Cárdenas. Yo caminaba por la banqueta cuando vi venir un automóvil en zig zag que me arrolló y me dejó tirado en el suelo, con un hombro y una pierna lesionados",
Los golpes tardaron varias semans en sanar, pero Anastasio se recuperó y durante muchos años pensó que ya no tendría un percance similar.
Sin embargo en 1987, cuando él ya tenía 47 años, los accidentes volvieron a su vida y ahora cada vez con más frecuencia.
Ese año, dice, en una esquina de la plaza Zaragoza fue víctima de un automóvil que dio una vuelta muy cerrada y de paso se lo llevó a él que en ese momento se preparaba para atravesar la calle. De este accidente resultó con golpes leves pues tuvo oportunidad de echarse a un lado y el auto no lo impactó de frente.
Cinco años después, en 1992, tuvo un atropellamiento más aunque ahora, reconoce, fue por su culpa.
"Yo iba en mi bicicleta y me pasé el color amarillo del semáforo que está en el crucero de Zaragoza y Chihuahua. Un carro que venía de oriente a poniente no detuvo su marcha porque le tocó el cambio a verde mientras a mí me tocaba a rojo en media calle".
Por suerte fueron golpes leves, señala.
El cuarto atropellamiento lo sufrió en la calle 300, cerca de la calle Chihuahua. En esa ocasión la embestida fue más fuerte porque, explica, lo hizo desprenderse de su bicicleta y salir como rehilete, dando vueltas en vilo antes de caer al suelo, de donde se levantó con un brazo hinchado.
Las experiencias sufridas no le sirvieron para nada, pues poco después cuando circulaba en su bicicleta por la colonia Constitución, un ebrio que conducía un Camaro "chueco" le pegó de frente y de nuevo Anastasio voló por los aires, pero en esta ocasión no cayó en el suelo sino en el cofre del Camaro, por lo que pudo verle la cara al conductor y éste a él.
Bajó del cofre como pudo, con la espalda y rodillas golpeadas, quiso hablar con el conductor pero éste emprendió la huida apenas se liberó de su accidentada carga.
Para no dejar sentidos a los choferes de camión, que en esto parecen ser especialistas, Anastasio y su bicicleta también fueron arrollados por un camión urbano. De suerte el golpe fue leve y no pasó a mayores, pero al menos ya tenía en su currículum una unidad del autotransporte urbano de pasajeros.
De los accidentes sufridos, afirma, el más peligroso ocurrió en 1970 cuando caminaba por la calle No Reelección rumbo a su casa en Plano Oriente.
Al atravesar la calle Miguel Alemán, dice, un automóvil Volkswagen que se pasó el verde del semáforo lo embistió fuertemente, resultando del golpe un sangrado en la oreja y tres costillas rotas. Durante tres días estuvo inconsciente, internado en el hospital municipal.
A los conductores del Volkswagen no los detuvo la policía ni los castigaron... porque eran policías.
"Eran "sordos" del departamento de investigaciones, de esos que andaban en un carrito según ellos para despistarla, aunque todos sabíamos que eran policías".
Si los accidentes no pudieron causarle daños mayores, su salud sí lo ha puesto en apuros mayores, aunque también los ha superado.
Hace cuatro años sufrió un infarto y tuvo que ser encamado y atendido como Dios manda. Pronto se recuperó y de nuevo a pedalear en su bicicleta entregando los trabajos de encuadernación de los que se mantiene.
La vida lo quiere más que la muerte, por lo visto, y recién este año se lo ha demostrado de nuevo al rescatarlo de un cáncer de próstata que debió ser tratado mediante una intervención quirúrgica.
"Ya no siento nada, ando en la bicicleta y no me molesta", dice sonriendo.