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Cómo vivió Diego su secuestro

Carlos Loret de Mola
Jueves 13 de Enero de 2011
 

Tras su secuestro, los familiares y amigos de El Jefe Diego Fernández de Cevallos no supieron siquiera si estaba vivo.

La cantidad de su sangre que quedó derramada en la escena del plagio —en la camioneta de su propiedad, al arribar la noche del 14 de mayo del 2010 a su rancho en Querétaro— era como para temer lo peor.

Las tijeritas halladas eran las que siempre portaba para afinarse la barba y nunca se inyectó ningún chip que le hubieran extirpado, como se especuló.

Así que no pocas veces pensaron que no lo encontrarían nunca, que probablemente a los criminales se les habría “pasado la mano” en el forcejeo de su captura y lo enterrarían en algún sitio que jamás sería descubierto.

Hasta que recibieron la primera comunicación días después supieron que había sobrevivido y estaba atrapado por guerrilleros profesionales del secuestro, seguramente una escisión del Ejército Popular Revolucionario (EPR) llamada Ejército de Liberación Nacional (ELN), homólogo de los colombianos.
Se los reveló el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, quien construyó su carrera policiaca en el Cisen persiguiendo levantamientos subversivos.

Lo dedujo por el modus operandi de los delincuentes y sobre todo al comparar las imágenes de otras víctimas de ese grupo con la primera foto del ex senador, distribuida bajo el alias de Los Misteriosos Desaparecedores el 20 de mayo: fondo negro de plástico, torso desnudo, ojos vendados con pañoleta.

Con el Ejército de Liberación Nacional del otro lado de la mesa, García Luna y también el almirante Wilfrido Robledo explicaron a los cercanos de Diego Fernández de Cevallos que sería un cautiverio largo, larguísimo, con pocas comunicaciones (fundamentalmente a través de internet desde computadoras con direcciones IP de distintas partes del país) pero con la certeza de que una buena negociación lo regresaría vivo.

El pronóstico y la metodología se cumplieron al pie de la letra. A la postre, familiares y amigos entenderían que la extendida mancha de sangre se debió a dos cachazos de pistola que abrieron la cabeza del ex candidato presidencial del PAN, quien fue de inmediato curado por sus captores.

Según contó Fernández de Cevallos a íntimos y autoridades de primer nivel, el 90% de los siete meses que duró su secuestro los pasó acostado porque el espacio a donde fue confinado no le permitía otra posición.

Para no perder movilidad hacía ejercicios. Le daban un bote con agua y una esponja para bañarse, y en otro bote con una bolsa de plástico cubría sus necesidades fisiológicas.
En contraste, lo alimentaron bien y atendieron cualquier molestia de salud que le aquejó.

Desde el primer momento de su captura, el apodado Jefe Diego informó al grupo armado quién de sus familiares debía llevar la negociación del rescate. Cuentan que en un intento por acelerar el arreglo declaró a los criminales un listado de su patrimonio y les dijo: “Esto es lo que hay, vamos cerrándolo de una vez”.

Según las mismas fuentes, para su liberación le dieron una tarjeta telefónica y lo soltaron en despoblado, a media hora a pie del punto más cercano. Que fue recuperando el caminar, literalmente pasito a pasito, hasta toparse con la primera caseta telefónica desde donde llamó para que fueran por él.

En lo que llegaban, se acercó a la peluquería del lugar y se cortó el pelo “porque no podía yo parecer un pordiosero”, pero no la barba “para dejar constancia del tiempo que pasó”.

El dinero en efectivo que se entregó a cambio de su libertad —estiman autoridades que han seguido este tipo de plagios de alto impacto— ya está seguramente en Estados Unidos desde donde se envía por goteo en remesas.

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