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Desde las seis de la tarde la Laguna del Náinari era una romería. Miles de personas llegadas desde todos los rincones de la ciudad, familias enteras, acudieron puntuales a la cita.
Los andadores de la Laguna, el original y el que se hizo ahora, estaban atestados y la ansiedad iba creciendo conforme pasaban los minutos y las fuentes no aparecían.
Gente de todas las clases sociales, cajemenses todos, esperaron en orden, con la alegría de quien asiste a una fiesta y solo quiere divertirse.
Así pasaron los minutos, con la música en las bocinas a todo volumen, hasta que el maestro de ceremonias dio inicio al acto inaugural para ceder el paso a los discursos.
Los oradores exaltaron el valor de la Laguna como el máximo símbolo de Cajeme, pero alguien del público comentó que el símbolo son los Yaquis, otro nomás por llevar la contra dijo que ninguno de esos porque el verdadero símbolo cajemense es El Perroncito y otro aseguró que ese honor corresponde a la hilera de expendios de cerveza que hay en cada calle.
Algo había que hacer mientras seguían los discursos.
Fueron cuatro, tal vez demasiados para la gente que esperaba el encendido de los motores, los niños que se escapaban de las manos de sus padres, las parejas que pedían a gritos que empezara la función, los opositores del acueducto gritando sus consignas, los vendedores de cocos felices como nadie, todo mundo en lo suyo.
Y los técnicos encargados apostando a que todo saliera bien.
Un día antes las cosas se habían puesto críticas al tronar el motor que animaría la pantalla acuática, Tuvieron que sacar el motor de uno de los géiseres, que ahora no pudo funcionar, y la pantalla no alcanzó las dimensiones que habían prometido los encargados del proyecto.
Al fin llegó el momento, las fuentes surgieron de la laguna, la pantalla de agua, que se estaba probando desde una hora antes, proyectó los logotipos del Gobierno del Estado y del Ayuntamiento de Cajeme, enseguida vino la música que aman todos los cajemenses: La Flor de Capomo, cuyo ritmo fue secundado por las fuentes.
Pocos minutos después concluyó el espectáculo, la gente empezó a dispersarse y cientos de automóviles congestionaon las calles aledañas en un embotellamiento como tal vez nunca se había visto en esta ciudad.
