Los opuestos se acercan. Los extremos se tocan. Los confrontados se reconcilian. Los disímbolos se besan.
Los odios mudan su rostro por el del amor, y el mundo se sacude ante lo inimaginable. Es la nueva y controvertida campaña de Benetton.
Pero en México, esa campaña parece tener rostros propios, imágenes que se antojaban irreconciliables y que hoy ponen la mejilla, acercan los labios y se tienden la mano buscando la reconciliación. Andrés Manuel López Obrador es uno de esos ejemplos.
Y es que lo daban por “muerto”. Lo etiquetaban como un amargado, beligerante y vengativo. Le sostenían el calificativo de “Un Peligro para México”. Y lo hacían fuera de la carrera presidencial del 2012.
De súbito, el político tabasqueño está de nuevo vigente, en primera fila, en el epicentro político de la sucesión presidencial, reinventado, reloaded y mostrando que los años que vinieron después del amargo descalabro de 2006, lejos de agriarlo, lo endulzaron.
Y esta semana, Andrés Manuel López Obrador cosechó los primeros frutos de su nueva y reconciliadora estrategia rumbo al 2012.
Primero se instaló por encima de Marcelo Ebrard como el candidato único de las izquierdas.
Luego mostró su nuevo rostro, más humano, más amoroso y más espiritual, en su discurso de aceptación de la candidatura de unidad.
Y al final sacudió a propios y extraños al reconciliarse con Televisa en pantalla y con un simbólico apretón de manos con Joaquín López-Dóriga para buscar lo que llama la gran regeneración nacional.
Pareciera como si en México comenzara a reeditarse la samba política de Luiz Inácio Lula da Silva.
Sí, la del beligerante hombre de la izquierda brasileña que después de tres rechazos en las urnas, porque también se le consideraba un peligro para su país, conquistó la silla presidencial en 2003.
Es la historia del dirigente sindical que hizo a un lado su ánimo político de confrontación para dar paso, en una alianza política con el empresario liberal José Alencar, a un dinámico y novedoso proyecto de nación.