Con la finalidad de realizar una lectura de la identidad regional mediante los concursos y reinas de belleza en el estado de Sinaloa, así como los casos en los que se ven vinculadas con “poderosos señores del narcotráfico”, el sociólogo Arturo Santamaría Gómez presenta una investigación con el título De carnaval, reinas y narco: el terrible poder de la belleza.
Publicado por el sello Grijalbo, el libro intenta ofrecer una explicación histórica y teórica sobre por qué se ha desarrollado en esa entidad un culto a la belleza femenina como en ningún otro estado o país, explica el autor.
El volumen de Arturo Santamaría integra antecedentes históricos de ese fenómeno, desde la época prehispánica, pasando por la Colonia, hasta nuestros días.
También se menciona lo que de alguna manera es un accidente genético, en el que confluyen diferentes grupos étnicos, inmigrantes vascos, asiáticos y negros, lo que creó un fenotipo femenino de cierto temperamento y singular belleza.
En Sinaloa –donde en Mazatlán se celebra el carnaval más antiguo del país, le sigue el de Veracruz–, explica el especialista, se ha institucionalizado la cuestión de la reinas de belleza.
“En el estado hay una producción de miles de reinas de belleza, por año. Las hay desde el jardín de niños hasta la universidad. Cada grupo, cada escuela tiene una reina. Cada empresa, cada organización empresarial tiene una. Lo mismo hay la reina de las gorditas o de la tercera edad o del asilo de ancianos.
“Hay lugares también donde se organizan certámenes de belleza gay. Existe una reina de belleza en absolutamente todos los estratos sociales”.
Ello tiene una enorme relevancia social y cultural, abunda Santamaría Gómez. “Los narcos empiezan a apropiarse de distintos símbolos culturales, como es la música, con los narcocorridos y la belleza femenina, transformándola en una especie de mujeres-trofeo”.
Entre los datos históricos, se documenta que en 1957, una de las primeras sinaloenses, reina de belleza, Kenya Kemmermand Bastidas, se casó en Estados Unidos con el sobrino de un mafioso ítalo-estadunidense de Chicago, Vittorio Gianvana.
Otra señorita Sinaloa, Ana Victoria Santanares, fue electa reina de belleza en 1967 y poco después se casó con Ernesto Fonseca Carrillo, el famoso Don Neto, capo en los años 70, socio de Rafael Caro Quintero. “En esos tempranos tiempos ya se atraían, sin ocultamientos, el poder de la belleza y el poder y enorme dinero del narco”.
Identidad regional
Para Arturo Santamaría, autor del libro Las jefas del narco, las reinas de belleza ocupan más una posición de publirrelacionistas, especie de embajadoras o lavadoras de dinero o sencillamente esposas, como en el caso de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
“Una novedad es que entre el narco mexicano homofóbico y machista, habrá algunos cuyas preferencias se inclinen por las reinas de belleza gay”, agrega.
No todas las reinas de belleza tienen un vínculo con el narco. Un buen porcentaje lo deplora, indica el sociólogo. Pero por otra parte se encuentran historias como la de Laura Elena Zúñiga, ganadora de Nuestra Belleza Sinaloa, que fue detenida y vinculada de manera cuestionable con el crimen organizado, o María Susana Flores Gámez, la primera miss en morir bajo fuego cruzado con el Ejército en 2012.
La idea es abordar el tema de la identidad regional o cierta sicología colectiva, a partir de la mujer y en particular de las reinas de belleza en Sinaloa, pues casi todos los estudios al respecto se han hecho a partir del hombre, expresa Arturo Santamaría. Además, registrar cómo la presencia del narco se va apropiando de ciertos símbolos culturales. “La cuestión es que esto va creciendo”.