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BANDERILLAS

Carlos MONCADA OCHOA
Lunes 04 de Mayo de 2015
 

Los 70 años de Gándara, un riesgo: y esto es en serio

Que Javier Gándara esté obsesionado con ser gobernador a los 71 años de edad, es un riesgo para su vida y para los sonorenses. Se ha repetido esto y algunos panistas creen que es un argumento de campaña, pero en el caso de este columnista es una cuestión que va totalmente en serio. Apoyo mi afirmación en datos históricos duros.

  A lo largo de la historia política de México, unas tres docenas de gobernadores han fallecido en sus cargos. Dejaré a un lado los de tiempos de don Porfirio Díaz (Simón Salat Nova, de Tabasco; Guillermo Palomino, de Yucatán) porque me van a decir que murieron de viejitos. Tampoco incluiré en la lista a los que han sido asesinados, como Alfredo Zárate Albarrán, del Estado de México, en 1944, y el coronel Rodolfo T. Loaiza, de Sinaloa, el mismo año.

  Cuando menos tres han perecido en accidentes aéreos: Manuel Carpio, de Aguascalientes, en 1929; Benigno Serratos, de Michoacán, en 1934, y Caritino Maldonado, de Guerrero, en 1971. A este último lo conocimos muy bien en Sonora porque fue delegado del PRI nacional en la campaña del gobernador Luis Encinas.

  No estoy seguro si debo suprimir a los que se han suicidado, pues de algún modo deben haber influido las presiones políticas para bajarles la guardia. El general Jesús M. Garza, mandatario de Nuevo León, se quitó la vida en 1923, aunque hubo sospechas al respecto; el coahuilense Ignacio Cepeda Dávila se suicidó en 1947 y el profesor Antonio Barbosa Heldt, a quien conocí cuando era oficial mayor de la Secretaría de Educación, cuando era gobernador electo de Colima, en 1973.

  Me voy, pues, a ocho gobernadores que enfermaron y murieron estando en funciones, como podría sucederle a Javier Gándara si llegara a ganar (con las trampas de su amigo Padrés). Todos son del Siglo XX. El que nos queda más lejos en el tiempo es, o fue, Benito Juárez Maza, hijo del Benemérito, que murió en abril de 1912.

   El gobernador Amado Azuara, de Hidalgo, había sido operado pero quedó delicado de salud y murió en 1923. El de Durango, general Blas Corral, estuvo enfermo cierto tiempo y se lo llevaron a los Estados Unidos en busca de alivio, sin éxito; se dijo que el anuncio de su muerte, en 1947, se hizo público con 24 horas de retraso que se tomó el gobierno federal para decidir quién entraría de sustituto.

  El general Manuel Cabrera Carrasquedo, de Oaxaca, tenía 70 años, uno menos que Javier Gándara, y sufrió una embolia que lo mató en octubre de 1955. Se añadió a la lista fúnebre el gobernador de Aguascalientes Edmundo Gámez Orozco, en julio de 1958. Y siguió Agapito Domínguez, de Tabasco, aunque no había tomado posesión; no aguantó el clima de su estado al realizar su gira política pues había vivido muchos años en la ciudad de México.

  A Ignacio Bonillas Vázquez lo mató indirectamente el candidato Luis Echeverría en 1970, pues cuando le tocó visitar su estado, Tlaxcala, lo hizo caminar tanto que lo dejó agotado y a los pocos días falleció. El gobernador Eligio Esquivel, de Baja California, murió en 1964, dicen que en buena compañía: se había escapado a Gringolandia para echar una cana al aire. Y echó la vida.

  Por lo que toca a Sonora ya he comentado lo que saben miles de sonorenses: que el gobernador Rodolfo Félix Valdés, de 67 años, cuatro menos que Gándara actualmente, sufrió una embolia a mitad de su mandato.

   Es un enorme riesgo que corre por ambición política el millonario hermosillense, y como prueba está la procesión de fantasmas que recorre la columna de hoy.

carlosomoncada@gmail.com

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