¿Por qué a las mujeres les gustan tanto las bodas? Una pregunta difícil de responder, ninguna teoría científica o sistema filosófico se han atrevido a explicarnos este fenómeno que de solo plantearlo basta para que nos acusen de misóginos.
Quizá la respuesta deberíamos buscarla en lo que antes se llamaba "el eterno femenino", y evitar así los chistes trillados sobre la mujer y el matrimonio.
Pero mientras los sabios busquen una respuesta convincente, no dejarán de sorprendernos eventos como el que se realizó este sábado en la Laguna del Náinari. Allí, protegidos por la sombra de frondosos árboles, 266 parejas se dieron el "sí".
Y lo sorpredente no fueron por supuesto los discursos ni la nube de reporteros buscando la foto de la pareja más feliz, sino el entusiasmo, la inocultable felicidad de las mujeres allí presentes, no sólo la de aquéllas que llegaron con el galán para firmar su enlace civil.
Fueron felices ellas, pero también sus madres, las hermanas, las amigas, las funcionarias y regidoras allí presentes. Hasta las reporteras reflejaban una luz de felicidad por ver a tantas mujeres casándose. Eso sucede siempre, en los matrimonios colectivos como el de ahora o en el de una sola pareja.
La felicidad de las mujeres que rodean a la novia se desborda desde que empiezan a organizar la despedida de soltera, cuando echan una mirada al traje de la novia, vibran de emoción cuando ella cuando entra al templo vestida de blanco, y todas quieren quedarse con el ramo que ella lanza en la fiesta.
En el salón de eventos todas se ven bellas, lo mismo la novia que su abuela, las niñas de la familia y ni se diga las hermanas y amigas. Hasta la vecina que siempre pasa inadvertida, en esa fiesta es cubierta por un halo mágico que la hace verse bella. Es la felicidad de las mujeres cada vez que asisten a una boda.
Si el matrimonio es de dos, la boda es de una, la novia, la reina de ese evento. Así vimos a 266 reinas en la Laguna del Náinari este sábado, rodeadas de la corte solidaria y emotiva de todas las mujeres que estaban allí.
Es cierto, los novios también se veían felices, enamorados. Pero el resto de los hombres -amigos, funcionarios, reporteros- presenciaban el evento con cierta frialdad y se entretenían con los viejos y salados chistes sobre el matrimonio.
Porque ellos sólo se emocionan cuando están en el bar. Si un boxeador noquea a otro brincan felices como monos. O cuando su equipo pierde el campeonato. Entonces sí les brotan lágrimas de cocodrilo y se entregan a su amargo sufrimiento.