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Al asumir Andrés Manuel López Obrador la Presidencia de la República se cumplió el anhelo de varias generaciones de mexicanos que aspiraban a vivir en un país gobernado por la izquierda.
Un anhelo por el que muchos lucharon y expusieron su vida, otros arriesgaron empleos y no cedieron ante las presiones o burlas de una sociedad conservadora que los tachaba de ilusos cuando no de "rojillos, revoltosos, comunistoides" y otros epítetos abundantes en discursos políticos, sermones, medios de comunicación y en la plática de gente ordinaria.
Contra eso y la desesperanza se enfrentaron no sólo guerrilleros y activistas, no solo dirigentes obreros y campesinos, también quienes participaban en manifestaciones por la justicia social, los que coreaban las canciones de Oscar Chávez y Silvio Rodríguez, intelectuales y jóvenes estudiantes unidos en la protesta. Y junto con ellos, miles de hombres y mujeres que simpatizaban con esas luchas y las apoyaban con sus v otos.
Todos unidos por una consigna que en México parecía imposible de lograr: La izquierda al poder.
Fueron muchos años de frustaciones acumuladas, casi ninguna tan demodelora como la del 2006 cuando la victoria parecía al alcance de la mano, pero se impuso el amasiato PRI - PAN. Muchos creyeron que iban a morir sin conocer el triunfo, y sí, muchos murieron, pero otros, millones, los relevaron en la persistencia de una lucha prometedora.
Hoy ese anhelo se ha cumplido. La banda presidencial en el pecho de AMLO simboliza el triunfo de todos ellos. Su imagen rebasa con mucho la conformación de un congreso federal y congresos locales con mayorías de izquierda, presidencias municipales y gubernaturas ganadas el 1 de julio.
Es un momento histórico alcanzado por la vía pacífica, un logro en el que sin duda ha sido determinante la tenacidad del líder para persistir en la lucha por la Presidencia de la República después de dos intentos que hubieran frustrado a cualquiera que no tenga su voluntad de poder.
Lo logró y una parte de México lo celebra. Otra parte exhibe su desconfianza, a veces frustración o franco rechazo ante la llegada al poder de aquéllos a quienes consideran indignos de tal privilegio.
Las derechas esperan que los proyectos populistas del nuevo gobierno no se cumplan. Los priistas rumian su derrota histórica y apuestan al desgaste que genera el ejercicio del poder, un fracaso mayúsculo que allane el camino para el regreso de su partido y demostrar así que ellos, los priistas, no son una especie en extinción sino un mal necesario.
En esos frentes se encuentran también quienes aseguran que el de AMLO no es un gobierno de izquierda y para corroborarlo acuden a definiciones académicas y a los preceptos de un purismo político inexistente. Denuestan a la nueva clase dirigente con la sutileza de quien alza el dedo meñique cuando toma la taza del café y sonríe ante la ignorancia de los "chairos" llegados al poder.
Unos y otros tienen tanto derecho a criticar, rechazar y confrontar al nuevo gobierno como lo tuvieron lo izquierdistas durante décadas de gobiernos conservadores priistas y panistas.
Las formas son las mismas, pero el fondo puede ser distinto. Y esa es la esperanza que anima la llegada de la izquierda al poder.
