La pandemia en Cajeme está francamente disparada, incontrolable, pese a que un buen porcentaje de la población adultos (poco más del 60%) está vacunada.
La semana reciente el registro superó los mil casos. Estamos más allá del semáforo rojo, podemos decir que en un "rojo intenso". Todos somos responsables de esta situación.
El debate por el regreso a clases -presenciales o virtuales- será más fuerte conforme se acerca la apertura del año lectivo.
Hay argumentos válidos en cada postura. En la escuela un niño contagiado asintomático (como la mayoría de los niños) puede transmitir el virus a sus compañeros que serán a su vez en contagiadores de grupos.
Mantener a los niños en el respeto irrestricto de los protocolos se antoja una tarea imposible. Si los adultos no respetamos las medidas preventivas o con frecuencia las olvidamos, esperar que lo hagan los niños parece una ingenuidad.
Contra esta postura hay otra también razonable: Aunque los niños no vayan a la escuela, por el alto índice de contagio de la variante Delta estarán en riesgo de contagio con los adultos que entran en sus casas, en la tienda de la esquina a donde acuden por los "mandados", a comprar golosinas o a jugar en las maquinitas.
El juego con otros niños de su entorno social, en el barrio o en los parques, serán áreas de mayor riesgo que las escuelas.
La polémica seguirá subiendo de tono. Pero no depende de los niños sino de los adolescentes, adultos jóvenes y en general de toda la población adulta detener el aumento vertiginoso que hoy tiene la pandemia en Cajeme y en Sonora.