La mollera caída es un atavismo que conocí en mi infancia (1947) de parteras comadronas, curanderas, ponedoras de mal de ojo y de sobadores que no ocupaban medios publicitarios.
Cuand nació mi primera hija sucedió que mucho antes de cumplir el año se nos cayó dentro del Vocho amarillo que hacia poco yo le había comprado a crédito a Chava Sanchez de los Baños Julieta.
La caída ocurrió al dar un frenón cruzando una calle traficada en Hermosillo. La mamá tuvo un gran susto por el accidente y cuando la niña comenzó a tener calenturas bajas me soltó que era necesario llevarla a que le subieran la mollera. De modo que ái vamos con la bebé trepando un cerro en las orillas del de la Campana, con nuestra hija en brazos hasta donde vivía una señora muy pobre que levantaba las molleras caídas a niños tiernos a los que el cartílago superior de medio cráneo aún no había solidificado en hueso.
La anciana levanta molleras tenía la cabeza envuelta en un gran paño de manta blanca y no pude menos que acordarme de doña Toña, la abuelita de nuestra niña.
Una vez dentro de la humilde casa la viejecita desarrolló aquello que poco faltó para igualar la idea que yo tenía de un ritual chamánico; imagino que tras toda una vida de levantar molleras, conocimiento aprendido de sus ascendientes, lo que la santa señora hacía en esos momento era capaz de hacerlo hasta con los ojos cerrados.
Yo estaba recién salido de una escuela de ingeniería en la Ciudad de México y con una mentalidad científica y tecnológica aceptaba aquellas técnicas pseudo médicas porque me imponían cierto respeto las tradiciones de los remedios ancestrales practicados por siglos y que respaldan la sobrevivencia de las etnias, primeros pobladores de nuestras tierra sonorense.
La niña llegó luego a la remisión de aquel imprevisto en su tierna salud y yo recordé que mi abuela paterna me había contado respecto al tema molleril que a mí debieron llevarme varias ocasiones a recibir aquel levantamiento de la mollera a través de presionar el paladar de las criaturas con la punta del anular más otras maniobras que ya no recuerdo pero en las que se acostumbraba el uso de la sal de cocina.
Cuando comenté esto a mi mujer me contestó en broma y medio en serio que era muy probable que yo hubiese tenido una super mollera o quizá una doble mollera en vez de una.
Hoy, con lo avanzado de la ciencia ignoro si esta práctica continúe llevando a los niños tiernos con estas personas que se adelantaron por siglos a los métodos de la fisioterapia actual, aunque nunca se haya reconocido por la ciencia tales prácticas primitivas.