Cae la tarde. El mundo se anuncia bajo un halo de frescura. La frescura que se torna de a poco en un espejo gélido.
Marcha el pregonero, el antiquísimo discurso de las carteras de huevo, a dos por diez. La oferta del petróleo en jarra de vidrio, a cinco centavos la porción:
“Sirve para empachos, levantadura de molleras, quita la picazón, alivia el mal del pensamiento, ahuyenta los sueños infantiles, arranca sonrisas, trae consigo la sinrazón y el olvido”.
Ya los gallos dejaron de cantar antes de las seis. La vida que muta y solo el pregonero en su encomienda grita la hora a cada instante, quizá para recordar los años de viajantes lonche en mano en su tránsito hacia la mina extinta, hacia el páramo donde recogieran palos para luego hundirlos en la tierra y hacer carbón.
Los días y su historia. Los calendarios marchitos. El hundimiento de la libertad. La ciudad que antes fue un pueblo, el país que antes fue mundo. El cerrar las ventanas antes de que el sol decline. Porque de pronto las palabras perdieron su valor, porque no hay nadie ya que sostenga en sus manos las riendas, la crueldad hace de las suyas a la menor provocación.
Acontecimientos en ristra, analogía de una parvada de ajos que extienden sus alas, el deseo de fugarse para salvar la vida.
O son los narcos, o son los políticos. O es la plaza, el vocablo lindo cuyo significado dejó de ser lo que era. Las calles de pronto tienen pertenencia, ya no de los transeúntes, ahora la fiscalización, el qué haces a esta hora de la noche caminando como si vivieras en un pueblo libre.
Se asoma la noche y el pregonero en su soliloquio feliz hilvana frases que golpean en el viento, que se extienden y alcanzan los rincones de las casas, el pregonero al que no le cobran cuota por existir, porque a según se dice que de nada sirve, para nada estorba y que además es nieto del Don aquel por el que lleva nombra la calle más transitada de la ciudad.
Las palabras como un juego cruel de la poética: “Los años ya no duran lo mismo que antes, el sol ya no calienta igual, el agua ya no brota de los charcos, a las once de hoy habrá un eclipse lunar”.
Y así los días. Las consecuencias de los minuteros del reloj, el desprendimiento de las hojas de esa flor marchita en el calendario. El decir una y otra vez la vida en el recuerdo. La permanencia en un mundo que de tanta crueldad incita a perder la cordura.
Pero ocurre que el frescor de la tarde que tiende a noche, trae consigo las noticias, las que sentencia el mismo pregonero en su voz de aguardiente: “Hoy fueron menos que ayer, el índice a la baja, o es la enfermedad o son las balas y los cuchillos, el panteón se engalana de nuevo. Será por eso que las doñas ya no salen a barrer”.
Foto de Ana Marisol Zayas López.
Original en Crónica Sonora