El nombre de Luis Echeverría Álvarez ha sido piedra de escándalo en la vida pública del país desde que enfrentó intereses económicos muy poderosos a nivel nacional e internacional.
Fue el creador del Infonavit, intentó a su modo hacer justicia agraria, abrió el país para un solidario exilio a miles de perseguidos por las dictaduras sudamericanas, atrajo a líderes de izquierda reprimidos por el gobierno autoritario de Díaz Ordaz, quiso inútilmente conciliar con las víctimas del 68, inventó una "apertura democrática" que ondeó como bandera personal e inentó construir un estado nacionalista con la participación de empresas estatales multiplicadas en su sexenio. Eso no fue suficiente. Tambiém aspiró a liderar a los países del "Tercer Mundo", ser un líder internacional que abogaría por la gente pobre del planeta.
Con esas obras debería ser recordado ahora en el día de su muerte.
Pero fue sobre todo un demagago.
Sus contradicciones y sobre todo el enfrentamiento con grupos de poder de México y el mundo lo colocan al final de su vida como un villano, un personaje que sólo merece ser denostado.
Se lo ganó a pulso, dirán muchos.