Dos volcancillos, uno de panocha rayada y otro de queso duro y salado logrado con el mismo utensilio de cocina; ambos iban acompañados con una taza de atole de masa
Ésta fue hasta su partida la cena frugal de mi tata Jesús. Quizá por esto llegó a los ochenta y seis, a cargo de una vejez que tuvo su infancia en Minas Nuevas, poblado donde ya de adulto ejercería el cargo de juez civil.
Su salud vivió sin vacunas ni antibióticos y no fue sino hasta 1925 año en que por propuesta del general revolucionario fundador del Náinari decidió emigrar como obrero hacia el cercano "Valle de oro".
"Cierra con candados los portones de las minas y arroja las llaves al arroyo", le había ordenado el capataz gringo; las tropas revolucionarias avanzaban con dirección a Álamos.
Su hacienda, "El Carrizal", pronto sería ocupada por la "La bola", el ganado y cualquier cosa de valor sería "decomisada" para apoyo de la causa rebelde. La mayoría de las familias pudientes salieron para refugiarse en Pueblo Viejo, donde los mayos no estaban aún alzados y los yoris migrantes se asentaban buscando su seguridad y la de sus familias en una época convulsionada por la revolución.
El bombardeo de Navojoa por la aviación federal no tardó en hacer blanco donde no debía, el registro civil de la ciudad ardió por las explosiones y mi amá, la menor de los trece vástagos de mi tata, quedó sin el registro oficial de su nacimiento vuelto ceniza por el ataqué aéreo. A causa de esto, mi amá solía decir ignoraba el año de su nacimiento, y afirmando que la única referencia conocida por ella era haber nacido un Miércoles de ceniza; así, mi progenitora celebraba su arribo a este mundo los miércoles de cada año señalado en el almanaque por la iglesia católica.
Al costado norte del hoy Hotel Plaza fluyó por este mundo la última existencia de mi tata, años en que atendería un puesto de abarrote dentro del área de perecederos del Mercado Municipal, donde mi infancia se pondría pilinki de pasas y aceitunas que mi honorable viejo vendía a granel a los marchantes de la época.
Por la Veracruz junto al hotel ya mencionado la rústica cocina en casa de mi tata lucía mantel de algodón todas las noches, para que mi tía número dos ofreciera al rubicundo anciano la cena imperdonable, dos horas antes de que los dioses del sueño lo buscaran para extinguir una noche más en la última existencia de mí tata materno, nacido poco antes del arribo de un siglo XX cargado de asombros tecnológicos y dos guerras mundiales, las más cruentas y cegadoras de vidas en la historia de la des-humanidad en la que no floreceria el "Esperanto" como idioma universal, sino el de la economìa globalizada del imperio de los hot dogs y las hamburguesas.