Publicado el 30 de mayo de 2008
Allí empezamos a conocer a Ramón Iñiguez, el señor de larga estatura, semblante encajado y voz amenazadora. Junto a él, un grupo de jóvenes empleados entre los que se encontraban José Antonio Salgado (qepd), Arnoldo Celis, Golarte, Aragón y otros.
Fue a principios de los años setenta. La biblioteca tenía dos o tres años, los libros olían a nuevo y el aire acondicionado nos invitaba a pasarnos tardes enteras leyendo alguno de los títulos de Sepan Cuantos. Estaban al alcance de la mano, en un estante donde cabía todo el universo, toda la historia y la imaginación de la humanidad.
Tardes lejanas en las que leer un buen libro era un placer ilimitado, un juego interminable, como una fiesta de la que nadie se quiere ir.