Más allá del debate sobre la calidad artística de un mural en la vía pública, está su valor como elemento ornamental que aporta riqueza visual al entorno.
Tal es el caso del mural que adorna la extensa pared exterior del gimnasio de la Laguna del Náinari. Su colorido transmite alegría a quienes acostumbran a pasear por ese sitio ya sea en automóvil o a pie.
Ahora ese mural se está deteriorando y al parecer a nadie le preocupa. Las capas de pintura se desprenden y en su lugar aparece el blanco del yeso.
Si para una obra de arte como el mural de la Biblioteca Pública no se hizo nada para restaurarlo, nada indica que en este caso se vaya a hacer algo.
Así es nuestro Cajeme donde las expresiones artísticas de cualquier nivel merecen poca importancia por parte de autoridades y sociedad civil.